Si un sistema administrativo, político o social no solo tolera sino que incentiva la mediocridad, lo que se produce es un deterioro intelectual y de calidad en las decisiones políticas, económicas y sociales.
Por Víctor A. Beker
Para Clarín
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En su nuevo libro Nuevo elogio del imbécil, el periodista italiano Pino Aprile plantea una tesis provocadora y original sobre el papel de la inteligencia y la estupidez en la evolución y las dinámicas sociales contemporáneas. Aprile argumenta que, contrariamente a la creencia común sobre la inteligencia como motor principal del progreso y la supervivencia, la estupidez o imbecilidad funciona como una ventaja adaptativa en el mundo moderno.
Sostiene que si todos fuéramos inteligentes la vida se extinguiría. Porque, cuanto más desarrollada es una sociedad, cuanto mejor calidad de vida tienen sus habitantes y más profundos sus estudios, menor es la tasa de natalidad. Hay que evitar que todo el mundo se desarrolle intelectualmente para evitar que se olvide de procrear.
Además, el inteligente es audaz, capta la injusticia y se enfrenta a ella. Es valiente y se pone en riesgo constantemente. Y la evolución tiene en claro una cosa: vale más un tonto vivo que mil inteligentes muertos.
Aprile sostiene que los sistemas jerárquicos y burocráticos actuales premian la mediocridad y desalientan el talento, lo que lleva a una especie de "selección cultural" que favorece a los menos inteligentes a expensas de los más brillantes.
Así, la supervivencia humana dependería cada vez más de esta imbecilidad que parece dominar la política, los negocios y la sociedad en general, en un contexto donde la inteligencia debe sacrificarse para facilitar la convivencia y la funcionalidad social.
Esto recuerda la teoría económica de la selección adversa que describe una situación en la que la asimetría informativa entre dos partes en una transacción da lugar a una degradación progresiva de la calidad de los bienes o servicios que se negocian en un mercado. Este fenómeno ocurre cuando la parte menos informada no puede distinguir entre productos de alta calidad y de baja calidad, lo que induce la predominancia de los de calidad inferior.
Un ejemplo clásico es el mercado de autos usados donde sólo se venden autos de peor calidad porque los compradores no conocen la calidad real de los productos ofrecidos y sólo están dispuestos a pagar un precio promedio por debajo del valor de los coches en buen estado. La selección adversa hace que los productos de menor calidad desplacen a los mejores.
El mecanismo que expone Aprile, donde la estupidez es funcional a ciertas dinámicas sociales porque favorece la estabilidad y el orden en sistemas jerárquicos o burocráticos, puede verse como una forma de selección adversa cultural: el sistema premia y reproduce a individuos que, por su menor capacidad crítica o menor cuestionamiento, encajan mejor en roles donde la obediencia, la conformidad y la mediocridad son mejor retribuidos que la creatividad o el talento disruptivo.
Así, el "mercado social" donde se negocian posiciones de poder y estatus funciona con información asimétrica, donde los "necios" son el producto más accesible y con mejor precio para ocupar esos roles, mientras que los inteligentes se ven desplazados o marginados.
En la sociedad descrita por Aprile la falta de incentivos para los más inteligentes o capaces (por castigos, burocratización o sistemas que limitan la innovación) hace que aquellos con menos capacidad o disposición para cuestionar y complicar al sistema prosperen. Es como un mercado donde solo circulan "productos" de baja calidad intelectual, porque los "buenos productos" no pueden venderse y son expulsados.
El aporte de Aprile también tiene puntos de contacto con el llamado Principio de Peter, según el cual en una jerarquía organizacional, los empleados son promovidos en función de su buen desempeño hasta alcanzar un puesto para el cual no están capacitados, su "nivel de incompetencia". Esto explicaría por qué los cargos de mayor jerarquía pueden terminar, a veces, ocupados por personas poco competentes.
Si un sistema administrativo, político o social no solo tolera sino que incentiva la mediocridad, lo que se produce es un deterioro intelectual y de calidad en las decisiones políticas, económicas y sociales. El cuestionador y talentoso no puede imponerse y el éxito acompaña a los mediocres, obedientes o ignorantes.
Si la "calidad" de los agentes sociales permanece oculta o no es apreciada, el resultado es la emergencia y predominio de "productos" o individuos con baja calificación como consecuencia de una dinámica natural y estructural, más que de una mera anomalía individual. Dime a quiénes premias y te diré adónde irás.
En suma, la selección adversa implica que no siempre lo más inteligente o de mejor calidad prevalece, generando una dinámica paradójica donde la mediocridad encuentra maneras estructurales de imponerse y perpetuarse.
Estas reflexiones aportan nuevas miradas para entender las dificultades contemporáneas en política, gestión, economías y cultura, identificando los mecanismos que favorecen la mediocridad y planteando desafíos para diseñar sistemas más justos y eficientes donde la calidad intelectual y la ética sean valoradas y recompensadas adecuadamente.