Un “cafecito” no es lo mismo que un “café”. El uso de diminutivos no solo tiene un componente lingüístico, sino también emocional y psicológico, que influye en cómo nos relacionamos con los demás.
Seguro que conocés a alguien que nunca pide simplemente "un café", sino un "cafecito"; que nunca dice "un poco más tarde", sino "un poquitito más tarde". Aunque a veces este tipo de expresiones puedan sonar simpáticas o tiernas, tienen un trasfondo psicológico que revela mucho sobre cómo nos comunicamos.
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En el lenguaje cotidiano, el diminutivo no solo indica algo pequeño. Decir “perrito” o “ratito” puede expresar cercanía, cariño o incluso suavizar lo que podría sonar demasiado brusco en su forma neutra. Así, el diminutivo actúa como un recurso emocional, más que como una mera descripción objetiva del objeto o situación.
Lo que revela de la comunicación
Desde la psicología, se asocia el uso frecuente de diminutivos con varios aspectos del comportamiento comunicativo:
El diminutivo y la psicología del lenguaje
Investigaciones publicadas en revistas especializadas en psicología del lenguaje han demostrado que el diminutivo no solo modifica lo que se dice, sino cómo se percibe lo que se dice. Usar expresiones como “sillita” o “monedita” genera, en muchos oyentes, una reacción más positiva y emocionalmente cercana, independientemente de si el objeto al que se refiere es pequeño o grande.
Este tipo de lenguaje ayuda a suavizar interacciones, especialmente en situaciones donde el tono puede ser percibido como demasiado áspero o distante. Además, transmite una sensación de acogimiento y empatía, dos cualidades muy valoradas en las interacciones cotidianas.
En definitiva, el uso de diminutivos va mucho más allá de una simple elección lingüística: tiene un poder emocional que influye en cómo nos conectamos y en cómo los demás perciben nuestra cercanía, nuestra amabilidad y nuestra intención en la conversación.