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Opinión y Actualidad

Estados Unidos y su giro más dramático de seguridad desde la Segunda Guerra Mundial

Existe un riesgo no menor para la administración Trump: que la amenaza eventualmente inocua al régimen de Maduro implique un costo reputacional significativo.

Hoy 05:15
Donald Trump.

Por Sergio Berensztein, en diario La Nación
El debut electoral de la nueva estrategia de seguridad publicada por la Casa Blanca resultó complicado: en Honduras se viven horas de creciente tensión, con denuncias por ahora infundadas de fraude y con el candidato que habría logrado el triunfo, Nasry Asfura, fuertemente respaldado por Donald Trump, cuestionado por la presidente saliente, Xiomara Castro, e incluso por Salvador Nasralla, segundo en el conteo preliminar a apenas 40.000 votos (algo más del 1%) del exalcalde de Tegucigalpa. Lo de Castro es entre asombroso e irrisorio. Denunció un “golpe electoral” y una supuesta manipulación del sistema utilizado para el recuento: una sincera admisión de inoperancia muy poco frecuente en esa especie en extinción que es el populismo bolivariano en América Latina. La titular del Consejo Nacional Electoral (CNE), Ana Paola Hall, llamó a las Fuerzas Armadas a defender el proceso electoral ante la presencia de una turba convocada por Libre, el partido de gobierno, que lidera Manuel Zelaya, esposo de Castro. Vale la pena enfatizar que la candidata oficialista, Rixi Moncada, exministra de Defensa, viene de sufrir una durísima derrota, con algo menos del 20% de los votos. Castro, Moncada… imposible que estos apellidos no remitan a la omnipresente influencia cubana en Centroamérica y el Caribe.

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En 2009, luego del fracaso electoral en el nivel nacional y en la provincia de Buenos Aires, Cristina Fernández de Kirchner sorprendió con un contundente respaldo a Manuel Zelaya en su intento de avanzar con una reforma a todas luces ilegítima de la carta magna, que impedía la reelección, mediante un referéndum que la Corte Suprema de Honduras había declarado inconstitucional. Alineado con la Venezuela de Chávez, que le regalaba el petróleo, Zelaya pretendía perpetuarse en el poder modificando las reglas del juego, cosa que CFK ni siquiera pudo intentar debido a otra durísima derrota, la de 2013, que iniciaría un ciclo catastrófico para sus aspiraciones: desde ese año, perdió todas las elecciones con la excepción de las de 2019, cuando se automarginó en el lugar de vice para maximizar las chances de ganar en primera vuelta con Alberto Fernández como candidato, consciente del rechazo que generaba su figura. Considerando esa pésima performance electoral, llama la atención la paciencia y la generosidad del viejo aparato justicialista con Cristina: “Peronismo es ganar”, definió alguna vez el Chango Díaz, exministro de Trabajo de Menem. ¿Era? Cuestionada ahora como nunca antes, la expresidenta prefiere en esta etapa ignorar las desventuras de sus ¿ex? amigos de la Patria Grande latinoamericana.

Venezuela, sometido a un asedio militar sin precedentes por parte de Estados Unidos. Para identificar una acumulación de fuerza militar de similar envergadura hay que remontarse a la destitución de Rafael Noriega el 20 de diciembre de 1989. Ese dictador, condenado por narcotráfico, homicidios, lavado de dinero y delitos de lesa humanidad, murió en detención domiciliaria en su ciudad natal, Panamá, en 2017, luego de haber cumplido una sentencia de más de dos décadas en una cárcel de Miami y otra más acotada en una francesa. Según Trump, Maduro, que por ahora evitó la traición de las Fuerzas Armadas bolivarianas y la de los jerarcas del régimen, tiene las horas contadas. Esto podría convertirse en un nuevo desafío para Washington si llega a verse forzado a utilizar la fuerza, no ya contra las lanchas que presuntamente transportan droga y en torno a las cuales se disparó un debate legal en la capital norteamericana, sino contra el régimen chavista. ¿Requeriría la autorización del Congreso? Algunos especialistas argumentan que no sería necesario en la medida en que no haya una invasión formal y que “solo” se trate de, por ejemplo, un bombardeo puntual y limitado a objetivos vinculados con el narcoterrorismo. De todas formas, existe un riesgo no menor para la administración Trump: que esta amenaza eventualmente inocua al régimen de Maduro implique un costo reputacional significativo. Sería un traspié difícil de remontar para la mencionada estrategia de seguridad nacional, muchísimo más grave que el creciente desgaste que experimenta en Honduras. Ya aparecieron algunas protestas en varias ciudades y campus universitarios norteamericanos en contra de la “invasión” de Venezuela. En muchos casos, se trata de los mismos que manifestaban hasta hace poco en contra del “genocidio” en Gaza. Y, tal vez por inercia, las banderas palestinas yacen junto con las venezolanas. Nada mejor para las pretensiones de Washington y su argumento de que el régimen de Maduro mantiene estrechos vínculos de negocios espurios tanto con Hamas y Hezbollah como con sus mandantes de Teherán.

La resiliencia de Maduro se explica por la omnipresencia de la inteligencia cubana en su gobierno. La Habana no se resigna a perder su posición privilegiada y parasitaria sobre Venezuela, un recurso estratégico extraordinario para esta isla especializada en resistir las presiones de EE.UU. Sin el petróleo ni los infinitos negocios, fundamentalmente los ilegales, el régimen castrista no hubiese sobrevivido. ¿Existe acaso un desenlace feliz en torno al laberinto en el que Trump se metió en el Caribe que se limite a Venezuela y excluya en la práctica a Cuba? Es obvio que semejante desplazamiento de tropas y armamentos no apunta a amedrentar únicamente a Caracas. Y que la liviandad con la que EE.UU. toma ahora la invasión de Rusia a Ucrania supone que espera una contraprestación de similar tono si opta por el uso de la fuerza para desplazar a Maduro y arrastrar al régimen cubano. Entretanto, para matizar la espera, Marco Rubio, el principal exponente de los descendientes del exilio (que acaban de sufrir una durísima derrota en la elección para alcalde de Miami), exsenador por Florida, actual secretario de Estado y titular del Consejo de Seguridad Nacional, un potencial candidato presidencial en 2028, ordenó a la diplomacia de su país que suspenda el uso de la letra Calibri en los documentos oficiales, considerada por la cultura woke más sencilla para la lectura, para retornar a la añorada Times New Roman. Tal vez, sin quererlo, abona la caracterización de “presidencia imperial” que recibe el estilo de liderazgo de su jefe.

A propósito, en un prólogo escrito por CFK para un libro de los periodistas Cynthia Ottaviano y Roberto Caballero, afirma que “Rusia nunca quiso invadir Europa”, en una clara defensa de Vladimir Putin, cuya estrategia en Ucrania fue el fruto de una supuesta “reacción defensiva” frente al avance de la OTAN. ¿Recordará la invasión a Crimea de 2014? Más allá de eso, es la misma hipótesis que respalda el documento de estrategia hecho público por Washington y que, según los principales especialistas en seguridad internacional, significa el giro más dramático por parte de EE.UU. a partir de la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que en algún momento el propio Lula da Silva había sugerido un argumento similar, para horror de sus amigos de la izquierda europea, que no podían contemplar los vasos comunicantes que implicaba la pertenencia de Brasil a los Brics (acaban de lanzar un nuevo sistema de pagos internacional denominado UNIT, con la intención de debilitar al dólar). Lo que sorprende es la coincidencia conceptual entre CFK y Trump respecto de un tema tan polémico como el conflicto en Ucrania. “No tiene nada que ver con su insistencia de que Bibi Netanyahu sea beneficiado con un indulto ni con la solidaridad con otro expresidente preso, Jair Bolsonaro”, aseguró con fina ironía un excanciller peronista.