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El empresario ejemplar que ocultaba el horror en el sótano de su casa haciendo beneficencia como “el payaso Pogo”

El 21 de diciembre de 1980, la policía detuvo a John Wayne Gacy. Ese mismo día 16 cuerpos enterrados en su casa. Su historia siniestra inspiró a Stephen King.

Hoy 08:07

En una de las tantas entrevistas que le hicieron en 1986, cuando presentó It. El Payaso Asesino, una de las novelas más exitosas de su prolífica carrera, le preguntaron a Stephen King cómo había construido un personaje tan terrorífico.

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-Me pregunté, ¿qué asusta a los niños más que nada en el mundo? Y la respuesta fue los payasos. Entonces recordé la historia de Gacy. Me sirvió para crear al payaso Pennywise – respondió.

Por entonces, John Wayne Gacy llevaba seis años como inquilino en el Pabellón de la muerte del centro penitenciario de Crest Hills, Illinois, esperando que le aplicaran la inyección letal. En realidad, Gacy – uno de los asesinos seriales más estudiados por los criminólogos estadounidenses – no fue el terror de los niños sino de los adolescentes. Entre 1972 y 1978 engañó, secuestró, violó y asesinó a por lo menos 33 sin ser atrapado, oculto detrás de la fachada de un exitoso empresario que llegó a fotografiarse con una primera dama de los Estados Unidos porque se destacaba por sus actividades benéficas, que realizaba disfrazado de payaso. Todos adoraban a su personaje, “Pogo el payaso”, mientras Gacy cometía sus crímenes sin utilizar ningún disfraz.

Su carrera criminal terminó abruptamente el 21 de diciembre de 1980 cuando, ya acorralado como sospechoso de la desaparición de un adolescente, volvió a su casa después de consultar con su abogado. Sabía que iban a librar una orden de allanamiento, que levantarían los pisos de la vivienda y que no tendría escapatoria porque allí estaban los cuerpos de muchas de sus víctimas. El letrado le aconsejó que se entregara y confesara voluntariamente sus crímenes para evitar la pena de muerte, pero Gacy no fue directamente a la comisaría, sino que decidió cambiarse antes de traje.

Eso marcó para él la diferencia entre la vida y la muerte, porque cuando llegó la policía lo estaba esperando con la orden judicial firmada, picos, palas y otras herramientas para cavar. Uno tras otro, fueron apareciendo 16 cadáveres enterrados. En los años siguientes encontrarían más, allí y en otros lugares que había elegido para deshacerse de ellos.

El estigma de un nombre

John Wayne Gacy nació el 17 de marzo de 1942 en los suburbios de Chicago. Fue el segundo de los tres hijos de John Stanley Gacy y Marion Elaine, un típico matrimonio de clase media baja norteamericana. John padre era un maquinista ferroviario amante de la pesca, los deportes duros y la bebida, cuya mayor aspiración era tener un hijo varón para educarlo como “un verdadero hombre”. Por eso, el nacimiento del chico le dio una alegría que le hizo olvidar la frustración que había sentido con la llegada de Karen, su primogénita.

A la hora de elegirle nombre no dudó porque lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo: no le puso John Wayne porque soñaba que su ansiado hijo varón fuera un gran actor como el protagonista de La Diligencia, sino porque encarnaría el arquetipo de masculinidad dura que él tanto admiraba. Para decirlo todo, quería un hijo tan macho como el otro John Wayne, el famoso. Esas ilusiones paternas no demoraron en dar paso a la decepción. El pequeño John Wayne distaba de ser lo que su padre pretendía: era un chico obeso, que evitaba jugar con los otros pibes del barrio y prefería quedarse en casa, pegado a las polleras de su madre y de sus hermanas. En la escuela se mostraba tímido y solitario y sus notas estaban lejos de ser mínimamente buenas. “Mamá era la confidente de John. Él se le acercaba y le contaba muchas cosas que no se atrevía a decirle a papá. Creo que mi papá pensaba que le ocultaba secretos y eso le molestaba. Entonces discutía con mamá y a veces discutían muy fuerte”, contaría muchos años después la hermana mayor de John, Karen.

Ante el triste espectáculo que significaba ver a su hijo desviarse del camino que él le había señalado, John padre decidió enderezarlo a los golpes. Cuando volvía del trabajo se encerraba en el sótano de la casa, donde tenía un taller, y le daba a la botella de brandy. Ya entonado, subía cinturón en mano para “enderezarlo” y le pegaba al tiempo que le gritaba “maricón”, “estúpido” y “nene de mamá”. Ya fuera por esos golpes o simplemente porque no quería desilusionarlo, al llegar a la pubertad, John Wayne intentó por todos los medios cumplir con las expectativas de su padre. Tenía 12 años cuando se inscribió en los boy scouts y se ganó las “insignias de supervivencia” en un campamento.

Pero por dentro, al chico le pasaban otras cosas. Uno de sus amigos de entonces, Barry Basheley, recordaría años después – cuando John Wayne ya esperaba su ejecución en el pabellón de la muerte – que una tarde, mientras jugaban en su casa, Johnny se bajó los pantalones y le mostró que tenía puesta una bombacha de su madre.

-¿Qué hacés con eso? – le preguntó.

-Me gusta verme vestido de mujer – le contestó.

Siempre tratando de complacer a su padre, en el secundario salió con varias de sus compañeras, con las que solía pasear cerca de su casa para que John Stanley lo viera y se pusiera contento. También intentó practicar algunos deportes, pero pronto tuvo que desistir: se desmayaba cuando corría. Los médicos le descubrieron un coágulo en la cabeza y le recetaron medicamentos para disolverlo, pero John padre no creía que su hijo tuviera un problema de salud, sino que fingía los desmayos para dejar de estudiar y de hacer deportes. Entonces le siguió pegando.

Durante los años siguientes pasó por cuatro colegios, pero no llegó a graduarse. Harto de los maltratos de John padre – al que, sin embargo, seguía queriendo satisfacer – se fue de su casa y de la ciudad para trabajar en una funeraria de Las Vegas. “No podía hablar con mi padre. Estaba destrozado. Yo era un tonto, un estúpido que nunca llegaría a nada. Decidí mandar todo al diablo”, explicó años después, en una entrevista que dio en la cárcel. Duró apenas tres meses en el empleo: lo echaron al descubrirlo acostado junto a un cadáver. Acababa de cumplir 20 años.

Una mujer para salvarse

John Wayne Gacy quería cambiar y lo seguía intentando con los medios que encontraba a su alcance. En 1962 se mudó a Springfield, Illinois, donde consiguió trabajo en una zapatería. También retomó los estudios secundarios, los terminó y se inscribió en la Escuela de Negocios. Hacía todo lo posible por mostrarse sociable. En la zapatería conoció a una clienta, Marlynn Myers, con quien se casó en septiembre de ese año. Se mudaron a Waterloo, donde trabajó como gerente de un restaurante de la cadena Kentucky Fried Chicken, cuya franquicia pertenecía a la familia de su suegra.

 Gacy, primero a la izquierda, y su esposa Gacy, primero a la izquierda, y su esposa

Allí comenzó a frecuentar la Cámara de Comercio, donde primero integró la comisión directiva y después fue elegido vicepresidente. Se codeaba con los empresarios de la ciudad y empezó a participar de actividades benéficas. También se interesó por la política, y tuvo un papel relevante en la campaña electoral del gobernador de Illinois, Otto Kerner. Su nombre salía en los diarios, como un importante miembro de la comunidad.


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El matrimonio, mientras tanto, funcionaba a medias. “John Wayne contrajo nupcias en 1964, y debido a sus problemas sexuales, muy rara vez conseguía una erección y en una ocasión que la consiguió, engendró a su hijo, Michael. Aquel año también tuvo su primera experiencia homosexual”, escribió el profesor de sociología de la Universidad de Alabama, Dennis L. Peck, en un estudio sobre su caso.

En las reuniones con empresarios que visitaban la ciudad para participar de los eventos de la Cámara de Comercio, John Wayne encontró una actividad sexual que lo satisfacía. Luego de los encuentros, invitaba a varios de ellos al Hotel Clayton House, donde veían películas pornográficas y tenían sexo grupal con prostitutas. Marlynn se enteró porque era un secreto a voces, pero dispuesta a salvar su matrimonio, en lugar de reprochárselo le pidió a John Wayne que la invitara a participar. Se integraron a un grupo swinger. En una visita que les hizo la hermana de John, Karen, Marlynn le contó lo que hacían. “Me dijo que a veces regresaban a casa con otras personas. Yo creí que era una broma, pero cuando me di cuenta de que era en serio la imagen de mi hermano y de mi cuñada se me vinieron abajo”, contaría muchos años después.

Preso por violación

Esa actividad compartida Marlynn pareció estabilizarlo. Era empresario, un reconocido miembro de la comunidad, era padre de otra hija, Christine, y había encontrado una vida sexual que lo unía a su esposa. Pero quería más: no podía dejar de desear a los adolescentes varones, le gustaban mucho más que cualquier mujer.

La oportunidad de cumplir con su deseo se le presentó una noche de 1967, mientras su esposa y sus hijos estaban de viaje, y pudo invitar a un adolescente de 15 años, Donald Vorgese, a su casa. El chico era hijo de un senador amigo de John Wayne. Lo emborrachó y lo obligó a practicarle sexo oral; después le dio 15 dólares y le dijo que si contaba lo que había pasado nadie le creería. Después de unos días de duda, Donald se atrevió a hablar con sus padres. En marzo de 1968, John Wayne fue detenido y acusado de sodomía. Dijo que su víctima mentía y se ofreció a someterse al detector de mentiras. El resultado fue desastroso para él: “La única cosa verdadera que dijo fue su nombre”, escribió el técnico en su informe.

Cuando el caso se hizo público, aparecieron otras víctimas – adolescentes acompañados por sus padres – y también lo denunciaron. Fue juzgado y condenado a diez años de cárcel en la penitenciaría estatal de Anamosa. Para Marlynn fue demasiado: pidió el divorcio. John Wayne no volvería a verla nunca, tampoco a sus dos hijos.

Aunque debía pasar diez años detrás de las rejas, Gacy fue liberado por buena conducta después de 18 meses, el 18 de junio de 1970. Volvió a Illinois, donde salvo su familia de origen, nadie sabía de su condena ni de sus causas. Allí fundó una compañía constructora, PDM Contracting, y compró una casa en el suburbio de Norwood Park Township. Se sumó a la Cámara de Comercio y también se afilió al Partido Demócrata y volvió a realizar actividades benéficas. Mostraba orgulloso la portada de un diario local donde se lo veía fotografiado junto a la primera dama de los Estados Unidos, Rosalynn Carter. En el living de su casa exhibía la fotografía original, dedicada de puño y letra por ella: “Para John Gacy. Los mejores deseos”.

Por esa época ya se disfrazaba como “Pogo el payaso” para animar las actividades de recaudación de fondos y entretener a los niños. También se casó con Carole Hoff, una antigua compañera de escuela de su hermana Karen. Los vecinos lo consideraban un ciudadano ejemplar, amable, servicial y solidario. Sin embargo, puertas adentro de la casa, la situación no era la mejor. Carole le reprochaba que no tenían relaciones sexuales y que, cuando lo intentaban, rara vez John Wayne lograba tener una erección. Sospechaba que la engañaba y le encontró una colección de revistas pornográficas en el sótano. Se separaron en 1976 y John quedó viviendo solo en la casa.

Las víctimas de Pogo, el payaso

Lo que la divorciada Carol no sabía era que John Wayne, el querido y admirado “Pogo el Payaso”, ya había violado y matado a dos adolescentes. La primera violación seguida de muerte cometida por John Wayne Gacy databa del 2 de enero de 1972. Aprovechando la ausencia de Carol, había recogido con su auto a Timothy McCoy, un chico de 15 años. Lo llevó a su domicilio, lo violó y lo mató a puñaladas. Después lo enterró en el sótano.

Se asustó y trató de contenerse, tanto que hizo una pausa de tres años antes de cometer el segundo crimen. El 29 de julio de 1975 violó y estranguló a John Burtkovitch, de 16 años, y también lo enterró en el sótano. “Le hice un torniquete, lo sofoqué. Cuando querés matar a alguien se lo ponés al cuello, le das tres o cuatro vueltas y deja de moverse”, contaría en 1992, ya confinado en el pabellón de la muerte.

La separación de Carole le quitó el último freno. Entre marzo de 1976 y diciembre de 1978, engañó, violó y mató a otros 31 chicos de entre catorce y veinte años. A casi todos los esposó y los estranguló después de abusar de ellos. A 26 de sus víctimas las enterró en el sótano de la casa, a tres bajo el piso de otras habitaciones, y a las cuatro restantes las tiró embolsadas en un río cercano. La cantidad de cuerpos en descomposición que había debajo del sótano provocaba fuertes olores y varios vecinos le tocaron la puerta de la casa para preguntarle qué pasaba. “Hay un problema de humedad, eso lo provoca. Pronto lo voy a solucionar”, les contestaba el siempre afable John Wayne. Los vecinos le creyeron. Después de todo, “Pogo el payaso” era un tipo tan simpático, amable y servicial. No se explicaban por qué Carol había abandonado a un hombre tan bueno.

“¡Bésenme el culo!”

Nadie sospechó de John Wayne Gacy hasta el 13 de diciembre de 1978. Un día antes había desaparecido un adolescente de 15 años, Robert Priest. Cuando salía de su casa, el chico le había dicho a su madre que iba a una entrevista de trabajo con Gacy. Cuando Robert no volvió en toda la noche, la madre fue a preguntarle a Gacy si sabía qué le había pasado. Le respondió que el chico no se había presentado a la entrevista. La mujer no le creyó y lo denunció. Cuando lo interrogaron, John Wayne Gacy se mantuvo firme en su versión: el chico nunca había ido a la entrevista, seguro que se había escapado de su casa o le había pasado algo antes de poder verlo a él.

La policía lo liberó, pero mientras los investigadores de la desaparición de Robert esperaban una orden de allanamiento – el juez demoraba en firmarla, porque no estaba convencido de que fuera sospechoso –, lo pusieron bajo vigilancia. Gacy descubrió rápidamente que lo estaban controlando y con la amabilidad y simpatía que había hecho célebre a “Pogo el payaso” invitó a los policías a almorzar en su casa. Mientras comían, le preguntaron por el fuerte olor que había allí dentro y John volvió a hacer el cuento de siempre, el de la maldita humedad, un molesto problema que estaba tratando de solucionar.

Seguro de que tarde o temprano la orden de allanamiento llegaría y no tendría escapatoria, el 21 de diciembre fue al estudio de su abogado y le confesó sus crímenes. Ya era demasiado tarde, cuando regresó a su casa para bañarse y cambiarse el traje antes de presentarse en la comisaría, los agentes lo estaban esperando.

El juicio contra “Pogo el payaso” comenzó el 6 de febrero de 1980 en los tribunales de Chicago. Por recomendación de sus abogados defensores, John Wayne Gacy se declaró inocente y alegó que tenía problemas mentales que no lo hacían responsable de sus actos. Como esta defensa fue rechazada después de que le hicieran varios estudios psicológicos, cambió su táctica y dijo que todas habían sido muertes accidentales, ocurridas durante actos sexuales consensuados en los que había practicado la “asfixia erótica”. Tampoco funcionó. El 13 de marzo el tribunal lo sentenció a varias cadenas perpetuas consecutivas que, de todos modos, no podría cumplir porque también le impuso varias penas de muerte. Pasó 14 años en el pabellón de la muerte, mientras sus abogados obtenían postergaciones y apelaban las condenas. Durante ese tiempo descubrió su vocación por las artes plásticas. Pintaba al óleo y su motivo preferido era su propio personaje, “Pogo”, aunque también se le daba por pintar a Blancanieves.

John Wayne Gacy fue ejecutado mediante una inyección letal el 10 de mayo de 1994. Ese día, más de un millar de personas se congregaron en el patio del Ayuntamiento de Chicago con globos y pancartas para celebrar su muerte. Tardó 18 minutos en morir aproximadamente cuatro veces más de lo habitual en ese tipo de ejecuciones. Sus últimas palabras fueron puros gritos: “¡Matarme no hará regresar a ninguna de las víctimas! ¡El Estado me está asesinando! ¡Nunca sabrán dónde están los otros! ¡Bésenme el culo!”.

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