El desempleo baja, pero porque más gente se vuelca al cuentapropismo informal: un 40% trabaja en negro, signo de una enorme decadencia, que encuentra su piso más profundo en un dato gravísimo sobre analfabetismo.
Por Pablo Vaca
Para Clarín
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La buena noticia dice que la tasa de desempleo se redujo al 6,6% en el tercer trimestre del año, cuando había sido del 6,9% en el mismo período de 2024.
El número fue celebrado por el ministro de Economía, Luis Caputo. Lo hizo el viernes, en X, en un posteo que tituló “Resumen de una gran semana”. En la enumeración, Caputo incluyó desde la suba interanual del 5,3% de la actividad económica hasta el superávit comercial de $2.500 millones en noviembre, pasando por el récord de exportaciones, la baja del riesgo país, la inflación mayorista en 1,6% y la disminución de la pobreza al 27,5%.
Y la creación de 238.000 puestos de trabajo, claro, que explican la menor desocupación.
El detalle no menor consiste en que unos 226.000 de esos puestos -es decir, casi todos- pertenecen a cuentapropistas informales. En negro, para decirlo sin eufemismos.
Es gente que trabaja por la suya, que no hace aportes ni posee registro alguno ante el fisco. No son monotributistas ni trabajadores de una app tipo Uber o Rappi. Son albañiles, vendedores de comida casera, empleadas domésticas. Changuistas.
Trabajan, sí. Pero sus trabajos son de mala calidad, con obvia mala remuneración.
De acuerdo con las últimas cifras difundidas por el INDEC, en el tercer trimestre de 2025 en los principales centros urbanos de la Argentina había 6,2 millones de asalariados registrados (en blanco). Y 3,6 millones de asalariados no registrados (en negro). Además, había unos 3,4 millones de cuentapropistas, de los cuales unos dos tercios, 2,2 millones, son informales.
Las cifras, proyectadas a todo el país, dan unos 13 millones de personas en blanco y unos 9 en negro.
Síntesis: un 40% de las personas que trabajan en el país no gozan de obra social, aguinaldo o vacaciones pagas, ni aportan al sistema previsional ni pagan impuestos.
Algo anda mal.
Este es el verdadero contexto en el que debe discutirse una reforma laboral. De hecho, este enorme porcentaje de trabajo de baja calidad, que la oposición podría utilizar para criticar al Gobierno (sumado a que entre junio y septiembre se perdieron 49.000 puestos en el sector privado, especialmente en el comercio y la industria), también podría ser aprovechado por el oficialismo para demostrar que tal como estamos la cosa no funciona.
El debate parlamentario sobre este tema comenzará finalmente en febrero, luego de que el mileísmo aceptara que tenía sus límites en el Congreso aun con sus fuerzas multiplicadas y dejara de lado el primer impulso de sacarla con fórceps antes de fin de año.
No estaría mal que la postergación ayude a una mejor preparación de todas las partes. Tal vez, así la discusión de un tema tan trascendente como este podría alcanzar la profundidad que merece.
No puede quedar todo en un griterío en el cual unos digan defender al “pueblo trabajador” (cuando en realidad protegen sus intereses de siempre) y otros se llenen la boca con la sabiduría infinita del mercado (cuando en verdad pretenden retrotraer un siglo los derechos laborales).
La única verdad es la realidad, decía el General, y acá hace demasiados años que demasiada gente trabaja en negro, con el costo que ello implica para el empleado y para las cuentas públicas.
El panorama, preocupante, es parte de nuestra enorme decadencia, que tal vez encuentra su mayor expresión en una cifra aterradora difundida por la ONG Argentinos por la Educación en base a las pruebas Aprender 2024: la mitad de los chicos no entiende lo que lee, y uno de cada cinco chicos de nivel socioeconómico bajo es analfabeto.
No se puede perder más tiempo.