Una nueva fractura amenaza con dividir a los argentinos, que de cada tema controversial parecen inventar una grieta insalvable: veganos por un lado, anti veganos por el otro.
Si el veganismo es un hábito alimentario asumido individual y voluntariamente, no se entiende cómo puede ser factor de discusiones tan acaloradas, promovidas por posiciones fundamentalistas que no admiten las diferencias de criterios ni siquiera en la elección de lo que las personas comen.
Partidarios intolerantes de ambos grupos alientan la división, que ha tenido en el pasado reciente algunos enfrentamientos memorables, como el que se produjo entre veganos y “gauchos” en la Sociedad Rural en 2019, o entre veganos y carniceros, el año pasado.
Pero lo que debe analizarse, en realidad, escapando de la hendidura de la grieta, es la conveniencia o no de cualquier hábito alimentario.
Los veganos, que tienen un patrón de alimentación basado en vegetales y que, a diferencia de los vegetarianos, no consumen alimentos derivados de los animales, como la leche, el huevo o la miel, han crecido en número en los últimos años y particularmente durante la pandemia en curso. En 2019, un estudio encargado por la Unión Vegana Argentina (UVA) determinó que un 9% de la población argentina practicaba alimentación vegana o vegetariana. El porcentaje subió al 12% en 2020.
Un alto porcentaje de los que eligen la alimentación vegana lo hacen por razones vinculadas a la salud, al cuidado del medio ambiente y hasta a una posición filosófica. La posibilidad de acceder a una cada vez más amplia variedad de alimentos de origen vegetal facilita la adopción de este hábito. Pero, como se dijo, se trata de una elección. De modo que el debate que se expande es qué sucede cuando ese hábito se impone, por ejemplo en el caso de los chicos, considerando además que, según muchos expertos en nutrición, las restricciones de productos de origen animal pueden ser dañinos para el desarrollo de niños y adolescentes.
Se mencionan en diversos estudios, por ejemplo, que las dietas veganas, si no tienen un aporte extra, pueden generar déficit en minerales clave para el desarrollo, como el hierro, el calcio o el zinc, o en las imprescindible vitaminas B12 y D.
Como respuesta los veganos sostienen que hay sustitutos o suplementos vitamínicos que los chicos pueden consumir, pero por lo general implican productos caros o de difícil acceso.
Hay casos conocidos internacionalmente en los que padres veganos, sin tomar las precauciones ni acudir al indispensable asesoramiento médico, han criado a sus hijos con esos hábitos alimentarios con terribles secuelas para su salud.
De modo que, cuando los involucrados en estas dietas son niños, resulta ineludible un acompañamiento de profesionales competentes en la materia, considerando que no siempre lo que es bueno para un grande que elige una alternativa libremente, es bueno para un chico al que ni siquiera se le da la oportunidad de elegir.