La cinta se alzó con el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes.
Por Antonio Trashorras
Para Fotogramas
He aquí, de nuevo, a Asghar Farhadi enarbolando sus temas y maneras de costumbre, es decir, ejerciendo de maestro del psycho-thriller con enjundia moral y espíritu de problema algebraico. Una vez más, exhibe su querencia (en gran medida exitosa) a maridar la gravedad de lo socialantropológico con un planteamiento argumental juguetón y lleno de metas volantes, con una arquitectura dramática de puro relato de género (llámenlo ‘misterio’, ‘suspense’ o como les plazca); a saber: giros y regiros, emoción de asentimiento inmediato y revelaciones un poco ‘chimpún’.
El iraní pretende y logra el respeto del cineasta ‘serio’, que pisa el mundo real, y, a la vez, el favor de un público más afín al entretenimiento de tramas ‘enganchonas’ y formas dramáticas (que no audiovisuales) cercanas al malabarismo. Con él uno nunca sabe si fue antes la gallina o el huevo, los Dardenne o Hitchcock, si pesa más la preocupación por sus semejantes o el sadismo hacia unos personajes concebidos para conmocionar a quienes solicitan algo más que realismo ante una pantallas.
