Para fans del cine social que combina preciosismo y humanismo.
Por Manu Yáñez
Para Fotogramas
En la preciosista y combativa El caftán azul, la cineasta marroquí Maryam Touzani convierte el escenario principal del film, la medina de Salé (una de las más antiguas de Marruecos), en una suerte de jaula de oro en la que sus tres protagonistas conquistan una cierta libertad envueltos en una serie de represiones. Por un lado, tenemos al matrimonio formado por Halim (Saleh Bakri) y Mina (Lubna Azabal), quienes ostentan una sastrería en la que el marido prolonga el legado de su padre, quien dedicó su vida a la confección de caftanes. La plácida cotidianeidad de la pareja se ve perturbada por una misteriosa enfermedad que afecta a la mujer y por las urgencias que impone una clientela que cada vez valora menos la labor de orfebrería desempeñada por Halim. Unas tensiones que se verán acentuadas por la aparición de Youssef (Ayoub Missioui), un joven aprendiz de sastre que despierta el interés del marido, quien a su vez mantiene en secreto sus encuentros sexuales con otros hombres en el hammam local.
Atrapado entre el apego a un oficio marcadamente tradicional y la represión de su homosexualidad, el personaje de Halim se ve empujado a una clandestinidad interior, un encierro que Touzani subraya situando la acción en espacios cerrados. Aunque a la cineasta le interesa tanto el lado siniestro de la representación como la belleza de las telas y los bordados. En cierto sentido, la directora de Adam (2019) busca establecer un paralelismo entre el virtuosismo del trabajo artesanal de Halim y su propia delicadeza a la hora de capturar, con la cámara, los gestos en los que se juega el destino de los personajes: las miradas furtivas de deseo entre el sastre y su aprendiz, o los cuidados que el marido dedica a su debilitada esposa.
Cabe apuntar que la apuesta de Touzani por un cine físico y sutil se ve mermada por una cierta tendencia a explicitar, a través de la acción y sobre todo la palabra, los resortes del drama social y humano. Para evidenciar la opresión que sufren los personajes, los guionistas (la propia Touzani y su marido, Nabil Ayouch) conciben una escena en la que Halim y Mina son parados por la calle por un policía de paisano que les exige que muestren su certificado de matrimonio. Afortunadamente, el constreñido guion de El caftánazul deja por el camino algunas enseñanzas valiosas. “Un caftán debe sobrevivir al transcurso del tiempo”, le explica Halim a su amado aprendiz. Esta reflexión apela al valor de la tradición, que guía y a la vez lastra la existencia de unos personajes tocados por el deseo de amar y por la sombra de la muerte. Así es como, en la esfera privada, Touzani construye su emotivo canto a la unión de los desheredados.
Para fans del cine social que combina preciosismo y humanismo.