Robert Guédiguian vuelve a dirigir a su musa, Ariane Ascaride, en este film sobre una asistenta del hogar que roba pequeñas cantidades de dinero a las personas mayores que cuida con cariño para que su nieto se convierta en un gran pianista.
Por Manu Yáñez
Para Fotogramas
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En sus compases iniciales, 'Mi querida ladrona' adopta un delicioso tono fabulístico para presentarnos a su protagonista: una asistenta del hogar que, para cumplir el sueño de ver a su nieto convertido en pianista, roba pequeñas cantidades de dinero a las personas mayores a las que cuida con cariño y esmero. De este modo, lejos del maniqueísmo que en ocasiones ha enturbiado su obra, el francés Robert Guédiguian –todo un emblema del drama social con conciencia proletaria– se aferra a aquella máxima de Jean Renoir según la cual todos los personajes tienen sus razones. Guédiguian sabe sacar partido del fascinante encanto de su protagonista, a la que da vida, con sentido y sensibilidad, su musa eterna, Ariane Ascaride. Sin embargo, cuando dos personajes secundarios protagonizan un giro rocambolesco relacionado con el deseo amoroso, la película se precipita peligrosamente hacia la premura narrativa y los esquematismos dramáticos. Un traspié que, en todo caso, no invalida la sugerente meditación que propone el film sobre los claroscuros morales a los que debe hacer frente la buena gente.
Para fans de las fábulas sociales protagonizadas por buena gente.