La escala de los cambios que la inteligencia artificial tiene en nuestras vidas no puede ser abordada con la lógica de la guerra, ni con la mirada unilateral de un paradigma tecnocrático.
Por Gustavo Béliz
Para Clarín
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A desafíos planetarios, corresponden soluciones planetarias. La escala de los cambios que la inteligencia artificial tiene en nuestras vidas no puede ser abordada con la lógica de la guerra, ni con la mirada unilateral de un paradigma tecnocrático. Supone una decisión humanista, que establezca un puente de diálogo entre saberes, intereses, cosmovisiones y sensibilidades.
Con ese propósito, convocamos desde la Academia de Ciencias Sociales del Vaticano a 50 expertos de todo el mundo, para intercambiar experiencias y perspectivas que permitan construir una IA para la paz, la justicia social y el desarrollo humano integral.
¿Puede surgir una sinfonía compartida de experiencias y conocimientos tan diversos como la filosofía, la economía, la teología, la física, la matemática, el derecho, la sociología, la política, la medicina, la ingeniería, la educación?
¿Puede sintetizarse una serie de valores a pesar de la procedencia geográfica de los desarrolladores y expertos, que va desde la China de Confucio hasta el Silicon Valley de los tecno-millonarios, pasando por la América Latina profunda, el África sufriente, la Europa sofisticada, y el Vaticano de la doctrina social de la Iglesia?
La respuesta apunta a un sueño posible, y es sí. Naturalmente tiene precondiciones que no pueden abordarse ni desde el colonialismo extractivista ni desde la carrera armamentista ni desde el negacionismo que ignora que la IA no sólo llegó para quedarse, sino para crecer a ritmo vertiginoso. Se requiere creatividad para pensar “fuera de la caja opaca de los algoritmos”, y abrir las mentes y el corazón con una esperanza audaz y accionable.
Todo lo cual supone evitar la regulación zombi, que regula lo mínimo y no atiende lo esencial; y superar la estanflación digital, constituida por la inflación de información y la deflación de valores.
Las dos jornadas del diálogo en la Academia del Vaticano tuvieron una inmensa profundidad. Teniendo en mente que vivimos una cuenta regresiva, porque ya no se trata de analizar las consecuencias de los chats generativos, sino de vislumbrar el desarrollo de una IA agéntica que se encuentra en una carrera alocada rumbo a una supuesta IA General.
Las presentaciones nos brindaron la oportunidad de comprobar que lo peor que podríamos hacer desde las políticas públicas, es dejar librada la IA a un piloto automático con riesgos de fractura social e incluso existenciales.
Se requiere una acción concertada que establezca no sólo “luces rojas” o “guardrails” para evitar el descarrilamiento de la IA, sino también “luces verdes” para convertirla en una aceleradora de procesos de inclusión social y comunitaria. Por eso denominamos al encuentro “Rerum Novarum Digital”, en actualización de la Encíclica de León XIII de 1891 y atendiendo a lo que el Papa León XIV, siguiendo la prédica del Papa Francisco, considera el principal desafío de nuestra era.
Existen tres urgencias:
Una IA para la paz. Porque necesitamos un constitucionalismo digital vinculante, que condense reglas de juego entre todos los países y armonice las múltiples iniciativas éticas surgidas en los últimos años. Así como el mundo se dio —con avances y retrocesos— un acuerdo global de no proliferación nuclear, debemos darnos marcos geo-estratégicos de no proliferación de IA para la guerra, sea comercial o militar.
El origen del diseño de la IA no puede ser una conspiración de magos ocultos o semidioses de burbujas financieras, que desatan una carrera rumbo al suicidio colectivo. Mucho menos aún, cuando la IA se conjuga con bio-manipulación o armas biológicas.
La valentía del desarme a la cual convoca el Papa León XIV comienza por el desarme de la IA y el desarme de los discursos de odio estructural.
Así lo mencionan los últimos manifiestos del The Future of Life Institute y The Future Society, a los cuales acabo de adherir, junto con los científicos más calificados del planeta.
Una IA para la Justicia Social Tecnológica. Con pactos pre-distributivos entre empresarios, trabajadores, gobiernos y científicos, a través de convenciones colectivas tecnológicas, que consideren el nuevo tiempo y espacio que introduce la IA en las relaciones laborales.
Que identifique ex ante el valor social añadido por la IA en las empresas y en las ocupaciones, y acuerde mecanismos fiscales e institucionales capaces de compartir sus beneficios, lo cual incluye especialmente los campos de la medicina, la educación, la transparencia estatal y las realidades múltiples de la economía de plataformas y la atención.
Necesitamos también nuevas métricas para una honesta re-negociación del contrato social, que registre el fenómeno en su real magnitud y evite lo que alguna vez Robert Solow retrató: “Podemos ver la era de la computación en todos lados, menos en las estadísticas de productividad.”
Una IA para el Desarrollo Humano Integral. Que construya un triángulo virtuoso entre esta tecnología de cambio exponencial, la acción climática y las finanzas sostenibles. Una IA para movilizar recursos que no reposen en la especulación ni en la depredación algorítmica, sino para financiar el fin de la pobreza humana y ambiental en nuestro planeta.
Para esto se requiere, como gran prioridad, incrementar el presupuesto en investigación sobre la seguridad multidimensional de los grandes modelos de lenguaje, que hoy llega apenas al 3% de la inversión global en el sector.
Una IA no para el capitalismo casino, sino para una gran causa planetaria universal, como lo muestran varias iniciativas de “nature-tech” que buscan poner en valor la enorme biodiversidad de nuestra región.
Como analizo en el libro que acabo de publicar, Atlas de la Inteligencia Artificial para el Desarrollo Humano de América Latina, hay miles de jóvenes y académicos que ya emplean la IA para tratamientos médicos, mejorar el uso del agua y la energía, optimizar cultivos de cacao, banana, trigo y arroz en Ecuador, Argentina, Colombia y Costa Rica, promover la participación cívica, crear empleos más seguros, personalizar la educación y democratizar las finanzas.
Es posible una IA para la dignidad, con “ética por diseño” en lugar de “adicción por diseño”; promotora del bienestar comunitario en lugar de depredadora de nuestros suelos o nuestras mentes. Necesitamos una conversión ecológica y también una conversión digital para el cuidado de la casa común.
El desafío es más esencial que nunca para América Latina. La construcción de data centers y la recepción de inversiones multimillonarias en minería y materiales críticos deben ser el punto de partida para políticas neo-industriales de desarrollo, imaginativas y sostenibles, que pongan el trabajo y la dignidad humana en el centro.
Se pueden dar saltos inmensos y positivos para la productividad y la integración social de los sectores más vulnerables, si se parte del principio de que el ser humano es irremplazable y que la IA es un medio para promover mejores sociedades.
Esto, tan obvio, es hoy el principal obstáculo a superar. Una IA con maquillajes de innovación pero que perpetúa estructuras injustas, se convierte en un laberinto de espejos del statu quo.
Una IA concertada desde su origen con parámetros de bien público universal puede convertirse en un agente de desarrollo humano virtuoso. Frente a ninguna de estas opciones cabe cruzarse de brazos.
La brújula de sentido para recorrer este atlas plagado de “terras incógnitas” es comprender que, si no actuamos a tiempo con una nueva sensibilidad e imaginación, corremos el riesgo de que la IA termine convirtiendo a los seres humanos en artefactos obsoletos y descartables.