El cineasta francés Luc Besson versiona la novela de Bram Stoker en esta prodigiosa cinta en la que reúne a Caleb Landry Jones, en la piel del príncipe de las tinieblas, Christoph Waltz, Zoë Bleu y Matilda De Angelis.
Por Jesús Palacios
Para Fotogramas
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Solo Besson podía desafiar el poder de la sangre de Drácula y salir victorioso a estas alturas. Y encima con una suerte de reescritura del film de Coppola, que evita milagrosamente caer en el plagio para convertirse en obra singular, tan propia de su director como inasequible a la elevación que hoy pudre todo lo que toca el género.
He aquí, parafraseando a Engels, el Anti-Eggers: una visión del mito creado por Stoker y reificado por el cine que no cae en el ridículo, sino que se sumerge en él con complacencia, demostrando que nada hay más serio que la farsa ni más profundo que la superficialidad.
El 'Drácula' bessoniano es 'bande dessinée', entre Tardi y Druillet; cuento de hadas francés a la Cocteau y Demy; cartoon y musical glam a lo Ken Russell, con perfume sicalíptico y romántico hasta el kitsch.
Todo a mayor gloria del alienígena muso de Besson, en un festín que evoca 'Los inmortales' de Mulcahy o las 'Subespecies' de Nicolaou y es al 'Drácula' de Coppola lo que el 'Flash Gordon' de Mike Hodges a 'Star Wars' o el 'Batman' de Schumacher al de Nolan. Besson ha vuelto a hacer su magia.
Para amantes desprejuiciados del 'fantastique' extravagante.