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Opinión y Actualidad

Crítica de "Wicked: Parte II"

Un musical clásico que se mira al espejo para romperlo: "Wicked: Parte II" convierte la fantasía en un oscuro reflejo de poder, mentira y redención.

20/11/2025

Por Fausto Fernández
Para Fotogramas

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No hay manera más consecuente de dinamitar un musical clásico que hacer un musical clásico. ‘Wicked: Parte II’ es un, gran, musical clásico, como lo era su primera parte donde la semilla del desencanto, de lo que canónicamente se asocia con el género (optimismo, alegría y, nunca mejor dicho, buenas vibraciones), mutaba ante nuestros ojos de manera progresiva hasta desembocar en su final/intermedio oscuro. ‘Wicked: Parte II’ se mueve por la oscuridad a lo largo de su metraje.

Curiosa y revulsivamente son las canciones más luminosas y positivas, marcadas eso sí por un poso de tristeza, las que se interpretan en escenarios nocturnos e interiores en sombra. Y al contrario, los temas más alegres, dinámicos y que se mueven en exteriores (y decorados ahogados en mil y un colores) a ritmo de coreografías clásicas, las que presidían los momentos más Vincente Minnelli de la anterior entrega, son los que hablan del odio, del horror, la xenofobia y la asumida destrucción del presunto paraíso.

‘Wicked’ era clasicismo en estado puro aunque su mecanismo interior nos llevaba a ‘Cabaret’, de Bob Fosse. Fosse, nombre capital en el musical como coreógrafo, bailarín y actor, rompió con las reglas del género en ‘Cabaret': la coreografía se lograba con el montaje en la moviola de las imágenes. Jon M. Chu no fue tan radical, pero sí señaló el camino, no precisamente de baldosas amarillas, que nos ha llevado a ‘Wicked: Parte II’: la bondad convertida en la aliada del mal; los mundos perfectos convirtiéndose en una dictadura al son de bellas canciones. Sí, “Tomorrow Belongs To Me”.

Más intimista que su capítulo previo, este desenlace nos resultará familiar en su apología de la mentira, las noticias falsas y el no querer ver/aceptar la realidad. Oz es un estado directamente fascista donde la bruja malvada del Oeste es la anomalía.

Tratada por Chu y sus guionistas (Dana Fox, el cerebro detrás de ‘Cruella’) al principio casi en plan justiciera solitaria (la secuencia que abre la película, digna de cualquier aventura de El Zorro) y ya enseguida atrapada en un destino trágico que abraza de una manera hermosa, como hermosa es la escena del encuentro amoroso donde el director, con los elementos escenográficos mínimos, es capaz de emocionarnos y de, lo en verdad importante y clave, mirar a los demás con ojos nuevos.

El intimismo conceptual y formal que domina ‘Wicked: Parte II’ no es óbice para que Jon M. Chu se revele aquí todo un estilizado y creativo director: el, espléndido, número musical en el que Glinda/Galinda (Ariana Grande, fantástica) se inquiere en voz alta y emocionada sobre hacer el bien y el castigo, y que Chu rueda en un plano secuencia formado por trávellings dentro de diferentes espejos. Un tour de force que pasa de manera desapercibida porque no está ahí para el lucimiento del realizador, sino para que seamos conscientes del laberinto moral y personal en el que el personaje se encuentra (o se desencuentra).

Musical clásico al cual su metraje más ajustado (un poco más de dos horas y cuarto) ayuda a compactar dramáticamente sus canciones con su trama, ‘Wicked: Parte II’ es también el espejo nada complaciente que desnuda frente a él a la ¿intocable? ‘El Mago de Oz’, de Victor Fleming. De una manera tan sutil como inteligente, el largometraje descubre el conservador artificio (y de magia versus artificio va el asunto) que era el musical con Judy Garland, con su nostalgia clorofórmica y su hechizo cinéfilo.

Desde el cuestionar lo de “No hay nada como el hogar” con una canción que le da la vuelta al mensaje, a la aparición (dos veces, de manera opuesta) del arcoiris, pasando por la génesis de algunos de los protagonistas del film de Fleming (y de las novelas de L. Frank Baum) que ayudan a comprender muchas cosas, y que unen a las dos (tres, claro) películas, al igual que unos escarpines (rojos… solo una vez) y una falsa bruja nos acaban recordando que ‘El Mago de Oz’ era más en blanco y negro en Oz que en Kansas.

No hay manera más consecuente de dinamitar un musical clásico que hacer un musical clásico. Lo hizo Stanley Donen con ‘Siempre hace buen tiempo’, la cara amarga y desencantada de ‘Un día en Nueva York’. La Oz de ‘Wicked: Parte II’ no es la Nueva York jovial, juvenil y esperanzadora del último Donen citado, es la del primero con sus veteranos de guerra condenados a la inadaptación y a ver las amistades antaño sólidas en peligro de ruptura. ‘Wicked: Parte II’ es un musical, encantador y fabuloso; emotivo y apabullante visualmente, sobre la decepción, el dolor y lo que se rompió, no pudo ser o quizás jamás será. Un espectáculo que te llega al corazón, o que te lo roba como al Hombre de Hojalata.

Un musical clásico (su nivel de producción compite con los grandes de la historia del cine) que dinamita (fuegos artificiales, hogueras y ojos encendidos) el musical clásico. Larga vida al musical.