Mar del Plata se ha visto sacudida por una medida de fuerza gremial extraordinaria. El miércoles 12 de noviembre, por primera vez se llevó a cabo un paro docente distrital, convocado por la totalidad de las organizaciones gremiales de docentes y auxiliares de la educación que trabajan en las escuelas públicas.
Por Juanjo Lakonich
Para Página 12
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Una inmensa marcha de cerca de ocho mil personas, principalmente trabajadoras de la educación, recorrió el centro de la ciudad, para culminar frente a la intendencia.
Fue un verdadero “parate” que remeda la detención de una rueda o de una máquina, como cuando literalmente detenemos la marcha de algo. No fue un paro más. Y debería ser, de aquí en más, una marca significativa para General Pueyrredón. No fue un “parate de manos”, sino todo lo contrario, porque justamente no se trata de invitar a pelear a nadie. Sino la necesidad de decir basta a la violencia que se enseñorea en los vínculos humanos. La simbólica y la física, la que se invisibiliza desde el poder y la que eclosiona destruyendo lo material que es común como una escuela, y la que daña a los sujetos.
En la Escuela Primaria N° 21, del barrio Jorge Newbery, se derramó la gota que colmó el vaso, al que varios venían señalando. Antes había sido la Media N° 12, la EP N° 63, la Media N° 58, y muchas otras con conflictos de baja intensidad que no implicaban necesariamente denuncias judiciales, intervenciones policiales o de autoridades educativas. La tarde del martes 11, un niño de diez años aparentemente manoseó a través de la ropa a dos niñas de alrededor de siete años en el patio del establecimiento. La escuela llamó a las madres de los chicos involucrados. Un irresponsable mensaje en las redes sociales del barrio disparó el alerta colectivo: “violaron a dos nenas y la escuela no hizo nada”, se dijo.
Vecinos y otros familiares fueron al establecimiento, inicialmente a retirar urgentemente a los chicos, algunos empezaron a pedir explicaciones de muy mala manera, otros mencionaron vagamente que un tiempo atrás habían intentado secuestrar a una nena dentro de la escuela sin poder dar ningún detalle certero. La madre de una de las niñas reclamó entrar, quizás para castigar por mano propia a la madre del niño y, ante la negativa de la escuela, cuando llegaron las cámaras de TV empezó a romper vidrios desde afuera con un palo. Las autoridades ya habían convocado a los inspectores de enseñanza que se hicieron presente rápidamente, y sumó a la comisaría, que se encuentra justamente frente al establecimiento. Unos cuantos vecinos se le unieron a la madre de la niña. Otro grupo comenzó a quemar cubiertas cortando la calle con bastante pericia, cubiertas robadas de una gomería cercana a la que le levantaron la persiana. Al poco rato, unos cuantos jóvenes empezaron a tirar piedras y ladrillos a la policía y a la gendarmería, que también ya se había hecho presente. Y empezaron los balazos de goma que no hicieron más que enardecer a quienes pugnaban por ingresar a la escuela, que ya tenía policías dentro, bien parapetados detrás de sus escudos.
El miedo comenzó a generalizarse, principalmente entre las maestras y los niños que aún quedaban en el establecimiento, quienes se encerraron en un aula del piso superior que tiene rejas internas. Las maestras abrazaban a los chicos que lloraban. Un grupo de más de treinta personas logró entrar por otro lugar y recorrió pasillos gritando y destrozando muebles y vidrios, aunque el mismo jefe distrital de Educación provincial intentaba impedirlo. La madre del niño que disparó la situación, que está siendo investigada por la justicia, logró huir pero la alcanzaron y la molieron a palos a un par de cuadras de la escuela. Otro grupo, o el mismo, luego fue hasta la casa donde vive con su hijo y dos hermanitas más pequeñas, y la incendió. No quedó nada en pie.
Durante un par de horas, todos parecieron desconocerse, los vínculos se quebraron, nada alcanzó para detener la sinrazón, quizás porque poco había previamente o porque ya tocamos fondo. Lo siniestro en lo cotidiano y el miedo generalizado dispararon la violencia creciente. Ahora, todos nos preguntamos como hemos llegado a esto, qué es lo que pasó. O mejor dicho, qué nos está pasando como sociedad.
Hace siete meses escribí en este mismo diario una nota titulada “Por qué no en las escuelas”, sobre la violencia. Allí señalé que: “asumir que el otro es un semejante y no un objeto, no se logra mágicamente y es un proceso que nunca concluye. Ni siquiera para aquellos que nos consideramos civilizados para siempre, porque siendo sinceros ¿a quién de nosotros no se le soltó la cadena en alguna situación en este último año y medio?”
Hubo, y hubo y hay muchas acciones que se están implementando desde las autoridades educativas del distrito. Pero nada parece alcanzar. El martes 11 ocurrió algo que no se esperaba: que a muchos se le soltara la cadena al mismo tiempo, y que además, la violencia tuviera como objeto directo a la propia escuela, así como a la madre de un niño. Y como frutilla de un doloroso postre, una familia se quedó sin más que la ropa que tenía puesta, porque “eso es lo que se les hace a los violadores en las barriadas”, según se cuenta. ¿Hace falta decir que el supuesto perpetrador es un niño de diez años?
El paro tuvo acatamiento total. “La escuela como territorio de paz”, fue la frase invocada como lema por los gremios. Nuestra sociedad parece estar al “garete”, y podría decirse que venimos fallando. Me gusta decir que fue un “parate al garete”. Y eso estuvo muy bien.
El miedo aún no se fue, y no se irá por un buen tiempo de esa comunidad, y de otras. Y quizás nunca deba irse del todo; si no existiera algo de temor, nadie desarrollaría prácticas de cuidado. Pero apoyado sobre ese miedo, debo decir que el “territorio de paz” no deja de ser una invocación que puede traer consigo el riesgo del repliegue de las instituciones educativas sobre sí mismas, elevando la altura del cerco comunitario que las diferencia de las barriadas, convirtiendo a la escuela como una suerte de “nave extraterrestre”, que ve a la comunidad como un sapo de otro pozo. Quizás, debiera enfocarse la cuestión tratando de que las escuelas irradien paz hacia las comunidades, porque muchísimos compatriotas la están pasando muy mal (y no solo en lo económico), procurando implementar intervenciones sociocomunitarias y modalidades de convivencia que favorezcan la producción de cultura. ¿Hace cuánto que no vamos a una kermesse escolar, o a una comida popular un domingo en una escuela o que no vemos la acción sostenida en el tiempo de asociaciones cooperadoras integradas por mamás y papás de los pibes?
Urge recuperar el entramado comunitario de encontrarse por el placer de estar con otros, haciendo actividades colectivas, porque parafraseando la vieja frase militante, “solo la comunidad salvará a la comunidad”. Y en esa tenemos que estar todos, incluidos todos los que habitan cotidianamente las escuelas.