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Opinión y Actualidad

Crítica de "The Running Man"

Edgar Wright dirige la cinta más visceralmente política del año, cuyo origen es una novela de culto de Stephen King y con Glen Powell y Colman Domingo al frente del reparto.

24/11/2025

Por Fausto Fernández
Para Fotogramas

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Cuando Edgar Wright y Michael Bacall se divertían con la carrera contrarreloj del adolescente protagonista de 'Scott Pilgrim contra el mundo' no únicamente estaban legándonos una película de culto, a partir de una novela gráfica de culto, sino que, casi sin pretenderlo y de manera premonitoria, estaban anticipando el mundo que nos encontramos ahora en 'The Running Man'.

Una película decididamente camino de obtener el estatus de culto (ninguneada en la taquilla estadounidense) a partir no solo de una novela de culto escrita por el Stephen King huido de la fama y el terror mediático disfrazado de Richard Bachman, sino también de una serie B, 'Perseguido' (Paul Michael Glaser, 1987), que bajo sus trajes de lycra, neones imposibles, look hortera y un Arnold Schwarzenegger en modo Sigfrido Gladiatorerna afianzaba la condición del cine distópico y de ciencia ficción proletario como la más eficaz arma de destrucción del capitalismo.

Una bomba de relojería antisistema dentro del sistema hollywoodense, y de la globalización del cine comercial, cada vez más uniforme y clónico que la animación por ordenador o que la IA, es 'The Running Man'. Conserva el espíritu cutrelux y los bodies con calentadores de los años  80 (la televisión será siempre así, como un show de Valerio Lazarov) como conserva el ritmo endiablado, la pirotecnia y la violencia espectacularizada del mejor cine de acción.

De hecho, esta versión dirigida por Edgar Wright, y coescrita junto a Michael Bacall, ofrece algunas de las secuencias (set pieces, que queda  más cool) más memorables del género (con permiso de Tom Cruise, Christopher McQuarrie y su última 'Misión: Imposible') en este 2025: el ataque y escape del motel, llena de guiños a Walter Hill (y de Hill era el Schwarzenegger en toalla de 'Danko: calor rojo', homenajeado por Glen Powell aquí); la persecución en la fábrica abandonada o la automovilística. Que la, posiblemente, mejor película de acción del año haya pinchado comercialmente nos confirma que siempre queda por pelear una batalla tras otra.

'The Running Man' es la  película más visceralmente política del año, la más directa y la menos complaciente en su complaciente servidumbre al blockbuster made in Hollywood. Un blockbuster antisistema que no deben ni haber defendido en Telegram, y que monta su Resistencia con las armas del podcast y del fanzine ciclostilado: ¡Que la "vietnamita" eche fuego! Y es que antisistema, cabreadas y protagonizadas por los expulsados al extrarradio del poder (que en el film de Wright es una gran corporación, monopolio único), por el proletariado puro y duro eran las abuelitas de 'The Running Man': 'Cuando el destino nos alcance', 'Rollerball', 'El precio del peligro' o la 'Brazil' de Terry Gilliam, británico y escéptico, amén de un terrorista dentro del sistema hollywoodense, como Edgar Wright.

El Ben Richards de la película es un proleta cabreado, puteado y peligroso. Ni siquiera la coartada sentimental y paternal del personaje, bordado por Glen Powell, se utiliza como justificación y dulcificación: Richards es la clase de cabronazo producto de un sistema antropófago destinado no a ser un salvador (la venganza personal es su incentivo, caiga quien caiga, la sociedad misma también), sino la espoleta que lo vuele todo por los aires, y que (el ambiguo epílogo del film) tal vez no haya hecho otra cosa que provocar un breve impasse entre tiranías.

¿Arregla el mundo Richards con su carrera/huida/concurso televisada en prime time? Déjenme que les plantee otra pregunta: ¿Liberaba Marte el Arnold Schwarzenegger en 'Desafío total' o todo era un simple recuerdo implantado, un entretenimiento comercial comprado en una tienda?

'The Running Man' es 'Perseguido' si en aquel 1987 la hubiera dirigido Paul Verhoeven. Es cierto que en estos tiempos de distopía en presente de indicativo, de pensamiento esterilizado, la virulencia del firmante de ‘Desafío total' y ‘Robocop’ es imposible en una producción mainstream, pero Edgar Wright fuerza los límites todo lo que le dejan aplicando la sátira verhoeviana (los spots publicitarios, el reality Kardashiano, los flashes informativos alienantes o los sucesivos disfraces que emplea Ben Richards/Glen Powell para escapar de sus perseguidores) y la libertad narrativa de aquellos años 70 y 80.

Cuando la historia abandona el núcleo urbano (de la horterez del nuevo rico a la fealdad posindustrial) y sale a los Estados Unidos desérticos, de negocios y fábricas abandonadas y paletos neonazis, se revela más veraz y eficaz que las postalitas a lo Chloé 'Nomadland' Zhao de 'La larga marcha', casualmente otro trasvase a la gran pantalla de una obra de Bachman/King.

Scott Pilgrim creció y su fuga hacia la edad adulta, a través de las sucesivas pantallas de un videojuego con sus ex, ha terminado en el salario vital mínimo, un piso de mierda y el futuro en matar o ser matado en la televisión como parte de un show. Normal que vuelva a estar contra el mundo. Que lo queme, explote y destruya. En vivo y en directo.

Para antisistemas fans del sistema hollywoodense.