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Opinión y Actualidad

Crítica de "Blue moon"

Como en la trilogía del amanecer o "Boyhood", Richard Linklater repite con el actor, que interpreta al legendario letrista Lorenz Hart. Los acompañan Margaret Qualley, Bobby Cannavale y Andrew Scott.

25/11/2025

Por Antonio Trashorras
Para Fotogramas

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Richard Linklater vuelve aquí a mirar el tiempo como quien palpa una cicatriz y encuentra en la charla –esa gimnasia de la personalidad– una forma de absoluto cinematográfico. Tres décadas lleva jugando con Ethan Hawke a repetir el milagro de la suspensión temporal gracias al diálogo (a veces, monólogo) filmado.

Como en la trilogía del amanecer o 'Boyhood', he aquí otra obra que emite su timbre inconfundible, ese temblor detenido en el ahora, la contemplación de algo que nace o se apaga justo en ese instante, en ese encuadre; algo que da para hablar sin parar durante todo el metraje, pero sin llegarlo a nombrar directamente.

Ethan Hawke es aquí alguien que hizo cosas inmortales (canciones, nada menos), pero se ha quedado solo. Su viejo socio encontró otro par, junto al que su futuro musical huele ya a gloria. Todo ocurre entre cuatro paredes y una barra, y entre muchas más de cuatro copas y frases; todo suena a brindis marchito, a derrota asumida con resignación.

Así de bien escrito e interpretado está. Linklater, que siempre rueda como si los minutos fueran notas musicales, pasea la cámara como un saxofón cansado, y la pantalla vibra en torno a los gestos, los silencios, las frases que se le derraman a alguien que, en la piel de Hawke, ilustra la ruina entendida como algo trascendente, por inevitable. Hay personas destinadas a hablar (y beber) hasta que no les quede nada que ofrecer, y el Hart de Linklater y Hawke es de esa estirpe: la del ingenio amargo en las últimas, la del amor inconcreto como eco de una voz que se apaga.

Por allí ronda también Margaret Qualley, objeto de deseo confuso a quien el protagonista mira como a un vaso vacío: sabiendo que el penúltimo trago siempre es el mejor. Lo que arde entre ellos no es amor ni amistad, sino necesidad de seguir hablando con alguien, aunque solo sea para oír la propia caída en voz ajena.

Y es que esto no va de Broadway ni de alcoholismo. Sino de eso que Linklater captura tan bien: las frases por las que se nos escapa la vida, el brillo efímero del talento y la belleza, el afecto que se pudre sin perder su aroma, los humanos que se miran como a espejos rotos donde aún buscan reconocerse.

Para aficionados a las películas teatrales en el mejor sentido.