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Opinión y Actualidad

Crítica de "Ciudad sin sueño"

El cineasta español Guillermo Galoe, doble ganador del Goya por el documental "Frágil equilibrio" y el cortometraje "Aunque es de noche", estrena su primer largometraje de ficción, "Ciudad sin sueño".

27/11/2025

Por Manu Yáñez
Para Fotogramas

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En todos los sitios estorbamos los gitanos”. La frase, reveladora, la pronuncia un hombre mayor en una escena de bar en la deslumbrante ‘Ciudad sin sueño’, primer largometraje de ficción del cineasta madrileño Guillermo Galoe, ganador de dos premios Goya por el documental ‘Frágil equilibrio’ y el cortometraje ‘Aunque es de noche’. De hecho, ‘Ciudad sin sueño’ podría leerse como una extensión de ‘Aunque es de noche’, en cuanto que supone el regreso de Galoe a las chabolas y los descampados de La Cañada Real, el asentamiento irregular más grande de Europa.

También cabe destacar la reaparición del personaje de Toni, un joven espabilado y sensible al que da vida Antonio Fernández Gabarre, quien llena la pantalla con la verdad de sus gestos. En su rostro curtido, pero todavía tocado por una cierta inocencia, resuena la desesperación del Edmund de ‘Alemania, año cero’ de Roberto Rossellini, mientras que, en su proceder resuelto, late el espíritu rebelde de los niños de ‘Cero en conducta’ de Jean Vigo. Además, como ocurría con el joven protagonista de ‘Kes’ de Ken Loach, quien cuidaba de su halcón con una delicadeza impropia de su entorno –un pueblo minero del condado de Yorkshire–, el Toni de ‘Ciudad sin sueño’ mantiene un vínculo férreo con un esbelto y veloz galgo.

Prendado de un fuerte compromiso social, Galoe compone un retrato cargado de urgencia, pero liberado de todo moralismo. La extrema precariedad que azota a los habitantes de La Cañada Real se hace evidente en todos los rincones del film, tanto en la vibrante espontaneidad de los momentos cotidianos como en los planos más coreografiados; por ejemplo, una imponente panorámica de 270 grados nos lleva desde la demolición de un edificio hasta un elegantísimo plano medio de Toni y su ‘Pai’, que observan con impotencia la devastación.

Sin embargo, cuando el ‘Pai’ expresa su orgullo de pertenecer a La Cañada, un territorio en el que la comunidad gitana ha construido un espacio de libertad, pese a todas las penurias, las palabras del patriarca retumban como un axioma incontestable. De hecho, ‘Ciudad sin sueño’ trae a la memoria los escritos y las primeras películas de Pier Paolo Pasolini, en las que los arrabales de la periferia de Roma eran celebrados como el último foco de resistencia ante los avances de la sociedad de consumo. Reivindicando la herencia del maestro italiano, Galoe da cuenta de un estado de miseria material, pero también celebra el fulgor de una comunidad emancipada, extremadamente vulnerable a los cantos de sirena de un capitalismo salvaje enmascarado tras las promesas de “progreso”.

La potencia del legado artístico de Pasolini también alumbra el vigor formal de ‘Ciudad sin sueño’. Como en ‘Accatone’ o ‘Mamma Roma’, aquí el realismo no se entiende como un ejercicio de transparencia objetivable. Galoe sabe que la vida no es solo trabajo y ocio, sino también poesía, por eso invita al personaje de Toni a filmar su universo con un teléfono móvil al que aplica filtros de colores. Así, los escenarios en ruinas resplandecen con la impureza cromática de Instagram o TikTok, generando un imaginario en el límite entre lo visible y lo alucinado.

Y es ahí donde Galoe (que titula su película homenajeando a Federico García Lorca, Enrique Morente y Lagartija Nick) construye su fresco lírico de un mundo que camina hacia la extinción. Del lado de la realidad, el cineasta se apoya en la fértil tradición del cinéma vérité, que iría desde Jean Rouch hasta Isaki Lacuesta en su invitación a crear imágenes en íntima colaboración con el objeto de estudio (en este caso, los habitantes de La Cañada Real).

Luego, del lado de la fantasía, Galoe atiende con interés a unos relatos folklóricos que imaginan una ciudad con “árboles de chocolate”, “ríos de leche” y “cielos de colores”. Y, por último, del lado del mito, el cineasta adopta forma magistral los códigos del western crepuscular, perfilando una fascinante dinámica intergeneracional, con los viejos del lugar convertidos en centauros de un desierto indomable, y con los jóvenes adoptando el rol de exploradores de un futuro de incertidumbre y, quizá, esperanza.

Para sumergirse en las resplandecientes aguas del realismo poético.