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Opinión y Actualidad

La salud pública y un pensamiento crítico y propositivo

La aceleración tecnológica, la instantaneidad informativa y la precariedad moral han erosionado los cimientos del discernimiento.

Hoy 04:45

Por Ignacio Katz, en diario Clarín
En un mundo que se desliza hacia la atrofia reflexiva, urge recuperar el pensamiento crítico. La aceleración tecnológica, la instantaneidad informativa y la precariedad moral han erosionado los cimientos del discernimiento. En esta deriva, la sociedad actúa “como si” pensara en un ambiente en el que se expanden la corrupción, la mediocridad y la ignorancia.

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La innovación global sanitaria, urbana y digital —carente de una planificación estratégica integral—, convive con paradigmas anacrónicos, incapaces de dialogar con las nuevas complejidades. La Argentina es hoy el espejo de esa corrosión: sin innovación tecnológica ni paradigmática. Nuestras instituciones responden a lógicas productivas, demográficas y tecnológicas de otra época.

Lo que se necesita no es una modernización cosmética, sino una mutación cultural, logística y organizacional que vuelva a conectar la gestión con la realidad a partir cimientos adecuados al progreso existente.

La crisis de la salud pública es su síntoma más visible. El sistema sanitario se fragmenta, se dispersa y niega el sentido de totalidad que la realidad demanda. Pero el problema no es técnico ni presupuestario: es político y ético. La víctima final no es una institución ni una categoría profesional, sino la sociedad que necesita —y no recibe— los servicios que le corresponden.

La respuesta exige superar falsas dicotomías: “Estado o mercado”, “público o privado”. Ya el gran economista Karl Polanyi desarrolló la tesis de que el mercado nunca es “natural” ni autónomo: siempre necesita de instituciones políticas y normativas que lo contengan. Cuando el mercado se desregula por completo, destruye los lazos sociales.

La cuestión no es suprimir actores, sino articularlos en función del bien común. Los límites entre lo público y lo privado, a su vez, son instrumentales: toda la salud es pública porque afecta al cuerpo colectivo. El Estado tiene, entonces, una responsabilidad indelegable, pero sólo se hace efectiva si se ejercita en cooperación con el sector social y productivo.

Vivimos en medio de una revolución digital que redefine la producción, la comunicación y el conocimiento. La ciencia de datos ya no se limita a registrar información: la interpreta, la correlaciona y la transforma en capacidad predictiva. Esta potencia inédita requiere regulación ética y vigilancia crítica. No se trata de “tecnolatría” ni de “tecnofobia”, sino de una práctica inteligente que conjugue tecnología con pensamiento estratégico.

El futuro ya llegó. Y con él una mutación antropológica que redefine los modos de producir, gestionar y cuidar la vida. En este nuevo escenario, la gestión sanitaria debe asumir una racionalidad basada en datos, adaptabilidad tecnológica y resolución de problemas en tiempo real. Esto implica conformar equipos adaptativos que integren saberes clínicos, tecnológicos y organizacionales; desplegar modelos de eficiencia ya probados en otros ámbitos y construir redes que unan hospitales, laboratorios y universidades bajo un enfoque integral del paciente, que pondere la vulnerabilidad social. La transparencia también debe ser un pilar: visibilizar los desbalances en el gasto, reorientar recursos hacia la prevención, la investigación y la gestión eficiente.

Recuperar el pensamiento crítico no es una consigna académica, sino una urgencia política. Es la condición para evitar que la inercia del ocaso termine por desactivar nuestra capacidad de superación. Pensar críticamente hoy es el modo más lúcido de cuidar la vida.