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A 5 años de la peor masacre de Nueva Zelanda: 51 muertos, transmisión en vivo y rock

El 14 de marzo de 2019, Brenton Tarrant, un solitario racista australiano, perpetró un raid asesino en la ciudad neozelandesa de Christchurch. Hubo más de 40 heridos.

14/03/2024

Cuando se apagó el interminable sonido de los disparos, los gritos de dolor y de terror que retumbaban en el interior del templo se mezclaron con la voz del cantante que salía a todo volumen de un altavoz para convertirse en la banda de sonido de la transmisión de la masacre: “¡Soy el Dios del infierno! Y te traigo / Fuego, te llevaré a arder / Fuego, te llevaré a aprender / Te veré arder / (…) Fuego, para destrozar todo lo que has hecho / Fuego, para terminar con todo lo que has sido / Siento como ardes / (…) / Fuego, te llevaré a arder / Fuego, te llevaré a aprender / Vas a arder / Vas a arder / Vas a arder, arder, arder, arder, arder, arder, arder, arder...”.

Mientras sonaban la letra y la música de “Fire”, un viejo tema de rock del grupo británico The Crazy World of Arthur Brown, el australiano Brenton Harrison Tarrant, de 28 años, salió con el arma larga todavía humeante y corrió hasta el auto que había dejado estacionado a pocos metros de la puerta de la mezquita de Al Noor, en la avenida Deans de la ciudad de Christchurch, Nueva Zelanda. Dentro del templo dejaba desparramados 41 cadáveres y más de una decena de heridos.


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Los relojes locales marcaban las 13.44 del viernes 14 de 2019 cuando Tarrant se sentó al volante del auto, dejó el fusil semiautomático en el asiento del acompañante y le dio arranque para salir disparado. Vestía uniforme de camuflaje, ocultaba sus ojos con unos anteojos oscuros y en la frente llevaba adosada una cámara con la que había transmitido en vivo y en directo desde un canal de YouTube linkeado en su página de Facebook.

Siguió transmitiendo – ahora con la cámara adosada en el interior del auto, enfocada en el asiento del conductor - mientras el vehículo recorría las calles de la ciudad al ritmo de una nueva grabación de “Fire”. Porque Tarrant apenas había concluido la primera etapa de las tres que había planeado para sus acciones de ese día.

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A las 13.55 llegó a la mezquita Linwood, a cinco kilómetros de la primera. Llevaba nuevamente una cámara para seguir transmitiendo en directo, pero el artefacto había comenzado a fallar y solo se pudieron ver escenas fragmentadas del segundo ataque. Entró y disparó, pero esta vez encontró resistencia y tuvo que escapar antes de lograr por completo su objetivo. De todos modos, allí el saldo sería de otros diez muertos y más de treinta heridos.

Ya no transmitía cuando se dirigía a la tercera mezquita que estaba en sus planes. La policía lo detuvo sin que ofreciera resistencia antes de que pudiera sumar más víctimas.

A pesar de ese tercer ataque abortado, Brenton Tarrant acababa de convertirse en el autor solitario de la mayor masacre de la historia moderna de Nueva Zelanda, con el trágico récord de 51 muertos y 48 heridos. También podría haber sido peor si hubiesen detonado las dos bombas que había dejado en otros tantos autos estacionados cerca de las dos primeras mezquitas.

En un primer momento, la policía no podía creer que hubiera actuado solo y detuvo a otras tres personas – dos hombres y una mujer –, pero pronto quedaron fuera de toda sospecha.


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Tarrant, que en el primer interrogatorio se definió como un “racista” que odiaba a los inmigrantes, no tenía cómplices. Tampoco pertenecía a ningún grupo terrorista y aseguró que había actuado por cuenta propia.

“El gran reemplazo”

Fue un gran golpe para la policía descubrir que el autor de las masacres había anticipado sus intenciones en las redes sociales, donde antes de emprender su raid asesino dejó un manifiesto de 74 páginas titulado “El gran reemplazo”, en referencia a la teoría de la conspiración del genocidio blanco y a su variante francesa, le grand remplacement, donde el ultraderechista Renaud Camus, plantea la necesidad de una cruzada contra las sociedades multiculturales.

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En el manifiesto – que, tras los ataques, fue bajado rápidamente de las redes -, Tarrant decía que había estado planificando un atentado hacía dos años y que eligió la localidad de Christchurch con tres meses de antelación.

En el texto, de unas 16.000 palabras, condenaba la inmigración y citaba una lista de personajes y acontecimientos de varios períodos de la historia en los que había inspirado sus acciones.

La policía descubrió después que en las armas y los cargadores que había utilizado – en el vehículo llevaba un verdadero arsenal – también estaban escritos en blanco los nombres de acontecimientos históricos y personas admirados por la extrema derecha y alusiones a guerras y batallas entre cristianos europeos y musulmanes, así como nombres de víctimas de atentados islamistas.

Además, Tarrant declaraba en su manifiesto que había sido “comunista”, “anarquista” y “libertario”, pero que pasó a adoptar ideas racistas debido a la inmigración que hacía peligrar a la sociedad blanca y se convirtió en un “ecofascista” preocupado por el calentamiento global.

También dice que decidió cometer los asesinatos después de un viaje a Europa que hizo en 2017, cuando vio el triunfo de Emmanuel Macron frente a la candidata de ultraderecha Marine Le Pen, en las elecciones presidenciales, y se hartó de ver inmigrantes viviendo libremente en Francia.

Conmocionada por la masacre y la lectura del manifiesto, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, recordó que Tarrant “era australiano, pero esto no significa que no tenemos una ideología semejante en Nueva Zelanda”.

Después, en el homenaje a las víctimas, hizo un llamamiento a la lucha “global” contra el “racismo de derecha” – así lo llamó – y agregó: “Si queremos vivir en un mundo seguro, tolerante e inclusivo, no podemos pensar en términos de fronteras”.

Violencia en las redes

La transmisión en vivo de las masacres desató una ola de indignación en buena parte de la opinión pública aunque, como era inevitable, otros usuarios alcanzaron a viralizar los videos y el manifiesto de Tarrant.

Cuestionadas, las empresas de redes sociales enviaron mensajes de repudio a los atentados y de solidaridad con las familias de las víctimas. También informaron que estaban actuando rápidamente para eliminar esos contenidos, aunque no era una tarea sencilla.

Facebook, desde uno de cuyos muros Tarrant, había transmitido las masacres, dijo: “La policía de Nueva Zelanda nos alertó sobre un video en Facebook poco después de que comenzara la transmisión en vivo y eliminamos tanto la cuenta de Facebook del tirador como el video. También estamos eliminando cualquier elogio o apoyo al crimen y al tirador o tiradores tan pronto como tengamos conocimiento. Continuaremos trabajando directamente con la Policía de Nueva Zelanda a medida que continúe su respuesta e investigación”.

Youtube eligió Twitter para dar su mensaje: “Nuestros corazones están rotos por la terrible tragedia de hoy en Nueva Zelanda. Por favor, sepan que estamos trabajando atentamente para eliminar cualquier grabación violenta”, decía. Ese mismo mes, el sitio de videos había sido acusado de ser incompetente o irresponsable por su manejo de un video que promocionaba al grupo neonazi prohibido, Acción Nacional.

Terrorismo de derecha

La polémica sobre la violencia en las redes ya estaba instalada. Uno de los primeros en abordar el tema desde las disciplinas sociales fue el doctor Ciaran Gillespie, politólogo de la Universidad de Surrey, cuando planteó que el problema era mucho más profundo que un video, por impactante que fuera su contenido. “No se trata solo de transmitir una masacre en vivo. Las plataformas de redes sociales se apresuraron a cerrar eso y no hay mucho que puedan hacer para que se comparta debido a la naturaleza de la plataforma, pero la pregunta más importante son las cosas que van antes”, dijo sobre el caso concreto.

Sin embargo, también marcó una diferencia que se hacía evidente en el tratamiento de contenidos por parte de las empresas. “Hay océanos de este contenido en YouTube y no hay forma de estimar cuánto YouTube ha lidiado bien con la amenaza que supone la radicalización islámica, porque se considera claramente no legítima, pero no existe la misma presión para eliminar el contenido de extrema derecha, aunque suponga una amenaza similar”, discriminó.

La posición de Gillespie recibió el apoyo del investigador del Instituto de Internet de Oxford, Bharath Ganesh. “Eliminar el video es obviamente lo correcto, pero los sitios de redes sociales han permitido a las organizaciones de extrema derecha un lugar para la discusión y no ha habido un enfoque coherente o integrado para lidiar con eso”, dijo.

El eje de la polémica es el mismo que se sigue discutiendo hoy, hasta donde se debe respetar la libertad de expresión cuando se difunden posiciones racistas que incitan y promueven la violencia.

Por su parte, Arthur Brown, cantante y coautor del tema Fire que escuchaba Tarrant mientras disparaba, se mostró abrumado por la repercusión y eligió Facebook para dejar su mensaje: me gustaría expresar mi horror y tristeza por el uso de ‘Fire’ en un acto de terrorismo en Nueva Zelanda. Mi corazón está con todas las víctimas y las familias de las víctimas de esta atrocidad, y con todas las comunidades afectadas. Me gustaría decir que no apoyo a ningún grupo o individuo que utilice tácticas terroristas y asesinatos como medio para abordar creencias distintas a las suyas. Creo que todas las religiones buscan la misma raíz en el ser humano. Creo que las personas de todos los colores y todas las razas merecen el mismo respeto. También creo que todas las personas tienen el deber de cuidarse unos a otros y a todas las criaturas de esta tierra”. El video del tema, grabado en 1968, se puede ver en Youtube.

Cadena perpetua

Poco después de su detención, los abogados de Brenton Tarrant presentaron sin éxito una solicitud para que esperara el juicio en libertad bajo fianza. Desde ese momento, el autor de las masacres se sumergió en un silencio que ni siquiera rompió durante el juicio que comenzó a desarrollarse a mediados de 2020.

De todos modos, el juez Cameron Mander impuso restricciones drásticas a la cobertura mediática para evitar que el autor de las masacres utilizara el juicio como una plataforma para difundir sus mensajes de odio.

La sentencia se dictó el 27 de agosto, con una pena que era previsible: cadena perpetua. Al darla a conocer, el juez Mander dijo que detrás de la ideología “retorcida de este hombre malo e “inhumano se oculta un odio profundo que lo llevó a atacar a hombres, mujeres y niños indefensos”.

Al conocer el fallo, la primera ministra Jacinda Ardern reaccionó deseando al asesino una vida de “silencio total y absoluto” y dijo que esperaba que la comunidad musulmana del país haya sentido “los abrazos de Nueva Zelanda”.

Antes había anunciado que el gobierno iba endurecer la ley de armas – Tarrant era miembro del Club del rifle y tenía permiso de portación - y a intensificar los esfuerzos en la lucha contra el extremismo en Internet.

Cinco años después de los ataques contra las mezquitas, Brenton Harrison Tarrant cumple su pena en una celda de aislamiento de una prisión de máxima seguridad de Auckland. Según los informes penitenciaros, pasa muchas horas del día con los auriculares puestos, escuchando Fire, el viejo rock grabado por The Crazy World of Arthur Brown en 1968 y que, en algunas ocasiones, se exalta y entona sus estribillos a voz en cuello.