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Opinión y Actualidad

Alberto Fernández y Cristina Kirchner: entre la sombra de la vicepresidenta y el pragmatismo, el difícil equilibrio político

Intentó marcar su impronta, pero se le dificultó escapar a la fuerza de la expresidenta. Con varios frentes internos abiertos, enfrenta su primer desafío en las urnas: las elecciones legislativas de 2021 y el armado de las listas.

10/12/2020

Desde que el 18 de mayo de 2019 Cristina Fernández de Kirchner lo eligió como su compañero de fórmula presidencial, Alberto Fernández navega entre la búsqueda de una identidad propia y la impronta más radicalizada de la vicepresidenta. En su primer año de mandato tuvo más frentes internos que externos y su cercanía con algunos dirigentes de la oposición le costó varios conflictos puertas adentro del kirchnerismo.

De cara al armado electoral para las legislativas de 2021, también enfrenta un gran desafío para intentar mantener la actual correlación de fuerzas en el Parlamento que le permite contar con leyes clave para su gestión y avanzar con promesas de campaña, como la legalización del aborto.

Mientras intenta reforzar alianzas como con el gobernador Juan Schiaretti en tierras cordobesas tan hostiles para el kirchnerismo, deberá negociar con la vicepresidenta y con Axel Kicillof las listas en la provincia de Buenos Aires e intentar que las internas no rompan la ya resquebrajada coalición de gobierno.

Su relación con Cristina y la llegada al poder compartido

Reconociendo el difícil escenario en que se jugaban las elecciones de 2015, Cristina Kirchner hizo una hábil jugada política y eligió a Alberto Fernández para que encabezara la fórmula presidencial, sabiendo que con los votos del kirchnerismo duro no le alcanzaba para ganar. El perfil de Fernández, dialoguista y con vínculos dentro del Peronismo, le permitió sumar a la coalición del Frente de Todos dirigentes que de otro modo no se hubieran aliado, como Sergio Massa.

Superada la etapa de enemistad entre ambos, Alberto Fernández aceptó el desafío y con ello las reglas de juego que, sabía, se impondrían a los largo de su gestión. Desde entonces intenta mantener un complicado equilibrio dentro de la fuerza política, con un equipo de gobierno cada vez más “cristinista” y menos “albertista”.

Desde el minuto cero de su gobierno, Cristina Fernández le marcó la cancha por dónde lo dejaría moverse. El 10 de diciembre de 2019, en su discurso en la Plaza de Mayo, le habló ante una multitud de personas y le dijo que debía “confiar en el pueblo” porque “ellos no traicionan y son los más leales”.

Días después, la vicepresidenta llegó al Senado y se rodeó de los dirigentes más leales, como Oscar Parrilli, Carlos Zanini, Nelson Alberto Periotti y Graciana Peñafort, pero también pisó fuerte en Diputados, con Máximo Kirchner, como jefe de la bancada del Frente de Todos, y una alianza, hasta ese momento impensada, con Sergio Massa.

El presidente de la Cámara baja sella esta alianza mientras volantea permanentemente para no perder caudal político de centro, con cuestionamientos a las roturas de silobolsas, el viaje a Brasil para visitar a Jair Bolsonaro, el posicionamiento respecto de Venezuela a la que considera una “dictadura que no respeta la democracia”, los entredichos con la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, sobre la inseguridad “que no es una sensación” y la necesidad de que los chicos vuelvan a clases pese al coronavirus.

Con el paso de los meses, incluso en medio de la pandemia, las estrategias conjuntas de Máximo y Massa en el Congreso resultaron fundamentales para el avance de algunos proyectos clave para Alberto Fernández -como la ley de emergencia que habilitó al Ejecutivo a subir impuestos, congelar las tarifas y suspender la movilidad jubilatoria, y el Presupuesto 2021-, pero también para iniciativas movilizadas por el ala dura del kirchnerismo, como el aporte solidario de las grandes fortunas.

Pero al mismo tiempo que se fue consolidando el frente legislativo, con propios y aliados, se fue desgastando la imagen de varios funcionarios de primera línea del Gabinete, tanto por cuestionamientos internos como de la oposición y, especialmente, por el manejo de la pandemia de coronavirus. El final es conocido: la renuncia de dos ministros y la de una embajadora que aún no había asumido, y la carta de la vicepresidenta advirtiendo sobre “funcionarios que no funcionan”.


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Alejandro Vanoli renunció a la Anses luego del conflicto por las largas filas de jubilados intentando cobrar en medio de la pandemia. Lo reemplazó Fernanda Raverta, del círculo más cercano a Cristina Kirchner. Tiempo después, María Eugenia Bielsa dejó el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat, ante la falta de reacción por la creciente toma de tierras. Y también llegó en su reemplazo un kirchnerista del ala dura, el hasta entonces intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi.

En tanto, quien había sido elegida por el Presidente para ser embajadora en Rusia, Alicia Castro renunció antes de asumir, por las diferencias con el canciller Felipe Solá respecto de Venezuela. El país caribeño se convirtió en una piedra en el zapato para Alberto Fernández, incluso hasta hace pocos días atrás, cuando para evitar nuevos cimbronazos internos debió permanecer en silencio frente a las elecciones legislativas en ese país, que condenaron los principales socios de la Argentina.

Son varios los ministros “albertistas” que Cristina tiene en la mira y, a través de voz propia o de dirigentes del riñón kirchnerista, se lo hace saber al Presidente, con quien mantiene una relación distante desde principios de octubre. Sin embargo, Alberto Fernández se encarga de aclarar, cada vez que puede, que no están peleados.

Desde la negación de la existencia de presos políticos, hasta el posicionamiento argentino respecto de Venezuela, pasando por el pedido del primer mandatario de “dar vuelta una página” en referencia a la dictadura militar, las tomas de tierras, los consejos de Eduardo Duhalde para que se “saque de encima” a Cristina, la interna entre Sabina Frederic y Sergio Berni y hasta el manejo del funeral de Diego Maradona, fueron desgastando el vínculo entre ambos.

Vicentin, el punto de quiebre

En el momento en que más apuntaba a un perfil moderado, dialoguista, sentado con gobernadores de todos las fuerzas políticas durante el manejo de la pandemia, el Presidente toma la decisión de intervenir la cerealera Vicentin y enviar al Congreso un proyecto de expropiación, lo que terminó convirtiéndose en un punto de inflexión de su gestión.

Tiempo después reconoció el error y dijo que pensó que la sociedad saldría a “festejar” la decisión debido a la deuda que la compañía mantiene con el Banco Nación, pero en medio de la crisis económica generada por la pandemia de coronavirus, la medida resultó en el puntapié inicial para una seguidilla de protestas en las calles, que se acrecentaron con la presentación de la reforma judicial penal.

Tractorazos, banderazos, cacerolazos y caravanas en protestas contra la cuarentena, los controles en el mercado de cambios, la reforma judicial penal, la intervención de Vicentin y en reclamo por la reapertura de actividades económicas se sucedieron casi fin de semana por medio y terminaron con un Presidente que debió dar marcha atrás en la decisión sobre Vicentin y dejar todo en manos de la justicia.

Como en 2008, el diálogo con la Mesa de Enlace se cortó y el ministro de Agricultura, Luis Basterra, hizo malabares para intentar mantener la relación con un sector clave para la recuperación económica pospandemia, pero que ya desde mediados de diciembre de 2019 venía tensándose por el fin del esquema de retenciones establecido durante el gobierno de Mauricio Macri. El 19 de ese mes fue el primer paro de comercialización de granos y hacienda contra Alberto Fernández. Luego vendrían varios más.

La politización de un conflicto familiar de los Etchevehere y la presencia del líder social Juan Grabois, hasta ese entonces aliado del Gobierno, profundizaron el enfrentamiento con el campo.

En este escenario, Alberto Fernández volvió a perder una batalla interna. El peronismo desoyó sus pedidos por la pandemia y, preocupado por el avance de la oposición, recuperó las calles el 17 de octubre, Día de la Lealtad.

Impronta feminista, aborto legal y cruces con la Iglesia

Cuando asume el poder el 10 de diciembre, Alberto Fernández crea el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, mostrando la impronta que intentará darle a su Gobierno. Ese mismo día, cierra la jornada con un discurso en Plaza de Mayo en el que dice “volvimos para ser mujeres”, error que retomó meses después cuando presentó el proyecto de aborto legal, seguro y gratuito.

La iniciativa fue una de sus principales promesas de campaña, pero que pese a que días después de asumir se dispuso la actualización del protocolo de Interrupción Legal del Embarazo, no envió al Congreso hasta casi el final de su primer año de mandato.

Agrupaciones feministas fueron clave durante su campaña y habían comenzado a presionar al Presidente para que cumpla su promesa. Con el mensaje “Alberto, es ahora” empapelaron las calles de la Ciudad de Buenos Aires, días antes de que finalmente enviara el proyecto al Parlamento.

Pero desde entonces, el mandatario abrió otro frente de batalla: la Iglesia. Su buen vínculo con el Papa Francisco y la llegada a distintos sectores de la Iglesia católica se vieron empañados por esta decisión, aunque el Presidente insiste en que no es un tema de creencias sino de salud pública.

Idas y venidas con Larreta, en medio del salvataje a Kicillof

El gobernador de la provincia de Buenos Aires -que llegó al poder de la mano de Cristina Kirchner-, desde la campaña de 2019 también se cobijó bajo el paraguas de Alberto Fernández. Está claro que ambos se necesitan. Por su lado, el Presidente no puede darse el lujo de perder el caudal de votos que aporta el conurbano bonaerense, en tanto que Axel Kicillof sabe que depende de los recursos que le gire Nación.

Si bien ambas cuestiones quedaron en evidencia durante el manejo de la pandemia, no dejaron dudas en la intervención del Presidente para destrabar el conflicto con la Policía bonaerense.

En abril, Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Sergio Massa y Horacio Rodríguez Larreta formaron parte de la mesa que acompañó a Martín Guzmán durante el anuncio del canje de deuda y, pese a algunas asperezas que el jefe de Gobierno porteño mantuvo durante la cuarentena con Kicillof, supieron acordar las decisiones con cierta armonía.

Desde enero, Alberto había iniciado las negociaciones con Rodríguez Larreta, para reducir los recursos que le gira el Estado nacional por el traspaso de la Policía federal, pero la decisión se precipitó cuando en septiembre tuvo que salir al salvataje de Kicillof, rodeado por un conflicto salarial con la fuerza de seguridad provincial.

De la cercanía que mantuvo con Larreta durante el manejo de la pandemia -que le costó al jefe de Gobierno no pocos conflictos internos-, marcada por su reiterado gesto de nombrarlo como “mi amigo Horacio”, el Presidente pasó a un enfrentamiento que terminó en la Justicia.

Fiel a su estilo, y aprovechando la proyección nacional que le dio el conflicto con el primer mandatario, Larreta abrió distintas instancias para intentar negociar con el Gobierno nacional, mientras acudía a la Justicia para que dictamine al respecto. Por su parte, Fernández buscó en el Congreso el aval para la quita de recursos y sumó el respaldo del resto de los gobernadores.

Ante el perfil más federal que logró alcanzar Larreta y, de cara a las elecciones, el Presidente decidió centrar en el expresidente Mauricio Macri el foco de las críticas y elegirlo como su “enemigo político”. Nuevamente, los beneficiados fueron ambos. El líder del PRO disputó el poder dentro de Juntos por el Cambio para no cederlo ante Larreta y recuperar así protagonismo, y Alberto Fernández intentó de esta manera bajar el perfil del jefe porteño.

El entredicho con el exmandatario respecto de la pandemia -que Fernández insiste en que le dijo ”que se muera el que se tenga que morir”-; las denuncias de Macri sobre “atropellos institucionales” y los reiterados pedidos para que se levante la cuarentena, fueron algunos de los contrapuntos entre ambos dirigentes políticos, que volvieron al tandilense al centro de la escena buscando opacar a Rodríguez Larreta.

Política internacional, Bolivia y Venezuela

Desde incluso antes de asumir, Alberto Fernández dejó en claro cuál sería la impronta internacional de su gestión de Gobierno, reeditando la que había encarado Néstor Kirchner con eje en el Mercosur, la Unasur y la Patria Grande.

El 30 de octubre de 2019 viajó a reunirse con el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Días después, repudió el “Golpe de Estado” en Bolivia y fue una figura clave para la salida de Evo Morales hacia su refugio en México. El 12 de diciembre le dio asilo político en la Argentina al líder del MAS y lo acompañó durante todo ese proceso.

Su primer acto de política internacional fue recibir el 11 de diciembre al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, y al ministro de Comunicación de Venezuela, Jorge Rodríguez Gómez. Si bien decidió que la Argentina permanezca dentro del Grupo de Lima, en enero el Gobierno no firmó un documento contra el país bolivariano. Además, desconoció a la enviada de Juan Guaidó como embajadora de Venezuela y le sacó las credenciales como diplomática que le había dado Macri.

Así comenzó a forjar esa identidad de política latinoamericana, en la que tuvo menos dificultades de mostrarse firme en sus decisiones que en la política interna, pese a algunos escollos que le provocó Venezuela, no tanto por su mirada personal, sino por las grietas dentro del Frente de Todos.

Abandonó la sesión virtual cuando empezó a hablar Jeanine Añez, presidenta interina de Bolivia; celebró la victoria de Luis Arce en Bolivia y acompañó a Evo Morales en su regreso al país luego del triunfo del MAS; viajó a Uruguay para acercar posiciones con Luis Lacalle Pou y relanzar la relación bilateral, y hasta elogió a Vladimir Putin por la vacuna rusa durante su intervención en el G20.

Sin embargo, su posicionamiento respecto de la situación en Venezuela no fue tan clara. Tras no firmar la declaración del Grupo de Lima contra Nicolás Maduro; tuvo que desmentir el rechazo ante la OEA del informe de la ONU sobre violaciones de los Derechos Humanos en ese país. El chavismo lo acusó de traicionar a Cristina Kirchner.

Poco después de los cruces con Maduro y la grieta con la vicepresidenta, la Argentina se abstuvo en la OEA ante una declaración que exige elecciones libres en ese país y cuestionó que “al Grupo de Lima solo le preocupa Venezuela”, por eso aseveró que “el proyecto correcto es la UNASUR” para dirimir todas esas cuestiones.

Fernández, el dependiente

Navegando en esas aguas turbulentas, en un 2020 marcado por la pandemia de coronavirus, Alberto Fernández termina su primer año de mandato. Con promesas incumplidas -como la creación de empleo y la recuperación económica-, promesas a medio cumplir -como la ley de legalización del aborto- y muchos frentes internos abiertos.

Así también deberá enfrentar las elecciones legislativas de 2021. Intentando mantener un frágil equilibro, bajo la sombra omnipresente de Cristina Kirchner, que cada vez toma más poder dentro del gabinete.